sábado, 9 de marzo de 2024

(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

 Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la espalda de dos chavales cubiertos de pies a cabeza con guresa armadura de acolchado sobre una lámina de metal. Samanta era de la opinión que no servía de mucho practicar con muñecos de paja que no se movían cuando en la realidad nadie se quedaría quieto esperando la flecha y sacando el pecho.

Ban pudo guardar el arco de vuelta a su anillo antes de aterrizar.

—Mejor, ¿no?

Pero Samanta meneó la cabeza.

—Pierdes mucho tiempo preparando el tiro y recuperándote. Eso te da una enorme desventaja si te enfrentas a seres humanos. Nosotros inventamos el arco, ¿recuerdas? Si quieres que tus tiros tengan una eficiencia aceptable, tienes que ser capaz de disparar dos veces en un solo salto.

—¡No puedo tensar tan rápido! Ya tengo que usar Estallido de fuerza solo para poder disparar una vez. Si lo uso dos veces seguidas me van a explotar los muslos.

—Eso es algo que tendrás que resolver tú, pajarito. Quizá podrías intentar usar un arco personalizado... pero no estoy familiarizada con tu anatomía.

—¿A pesar de todos los pollos asados que has despedazado tu misma?

Lo dijo sin pensar. Samanta ladeó la cabeza.

—¿Eso te molesta? Que coma pollo.

Bankiva gruñó. Puso orden a lo que pensaba.

—No —y era verdad. Solo estaba irritado por el obstáculo con el que se había topado en su entrenamiento. No añadió más. No quería dar explicaciones.

—¿Sabes? No me has aclarado por qué usas un arco —Samanta recuperó las flechas y dio un descanso a los aprendices de ladrón— Teniendo espolones, la técnica con cuchillos sería mucho más adecuada.

—La ventaja del largo alcance, supongo. De todos modos, no lo elegí yo. Cogía lo que me ofrecían.

Le devolvió las flechas.

—¿Como aprendiste?

—Por trueque. Una banda de ladronzuelos querían los huevos de la granja donde vivía. Yo les ahorraba el peligro de tener que infiltrarse y a cambio ellos me enseñaban.

Samanta se rio.

—¿Les vendías a tus hijos?

—No eran míos, pero de todos modos su destino era el mismo: que se los comieran. Al menos así sacaba algo de ello. Además, creo que ya he dejado claro que el resto de pollos no me importan.

Samanta no estaba segura de qué le hizo preguntar:

—¿Ni tu familia?

Ban se quedó callado. Su rostro aviario hacia difícil descifrar lo que pensaba o sentía.

—Mi familia era estúpida —acabó diciendo—. Aunque supongo que no era culpa suya. Yo salí como salí por pura potra.

—¿Ninguno hablaba?

—Mi madre estaba... a medio camino, supongo. Podía hablar, pero solo sabía decir una palabra y la pobre era tonta de remate. Mis hermanos eran como ella, salvo una hermana que era como yo.

—¿Qué fue de ella?

—No quiso irse conmigo. No sé por qué. Al principo no quería irse para no dejar sola a mamá, pero a mamá acabaron cortándole el gaznate y asándola cuando dejó de poner huevos. A pesar de eso, se quedó.

Samanta miró al cielo.

—Me pregunto si tu vieja granja aún existe.

—¿Por qué dices eso?

—Oh, por nada. Volviendo a tu entrenamiento... voy a ser franca. Los que te enseñaron conocían los fundamentos, pero su técnica era muy basta y te la pasaron a tí. Lo basto no casa con lo pícaro, pajarito.

—Pues has tardado mucho tiempo en decir eso. ¿Y ahora qué? ¿Me estás diciendo que entrenar así no sirve de nada?

—No, claro que no —Samanta seguía mirando al cielo. Bankiva ladeó la cabeza y también vio la lejana silueta estampada en el azul infinito. Sintió una punzada de miedo, aunque a esa distancia no tenía modo de saber si se trataba de Ma...—. ¿Acaso no ves el progreso que has hecho? Si me permites el símil, has pasado de ser un pequeño cuchillo de hierro a una daga de acero templado. Lo que tenemos que hacer ahora es pulirte y afilarte. Tienes que entrenar tu mente para sacar el máximo partido a tu cuerpo.

—No entiendo nada —admitió Bankiva, gruñón. Ella rio.

—Usaré un pequeño ejemplo. Has visto ese pájaro en la distancia. ¿Por qué no usas Provocación para atraerlo?

A Ban se le hincharon las plumas y se le escaparon las heces ante la propuesta, pero se calmó pronto.

—No puedo hacerlo desde tan lejos. Ni siquiera sé si me ve y, aunque así fuera, seguro que no puede oírme.

Ella sonrió.

—Veo que piensas que Provocación no puede funcionar si el objetivo no te ve ni te oye.

—Pero es que es así —protestó el gallo.

—Observa.

Samanta levantó el brazo en dirección a la silueta, entrecerró los ojos y esperó unos segundos antes de formar un gesto con el que Bankiva no estaba familiarizado y que tomó por un símbolo arcano: La mujer cerró el puño y levantó el dedo corazón hacia arriba, bien alto.

El cambio en la trayectoria de vuelo fue notoria. La rapaz se acercó y Ban lo reconoció mucho antes de poder verle los ojos. Puso todo su empeño en no huir despavorido.

Ma se mantuvo lejos del suelo.

—Ah, canalla. Diría que me ha reconocido y eso ha quebrado el efecto de mi Provocación.

Samanta llamó a uno de los aprendices:

—Pasa por la cocina y trae un hueso grande. Da igual si tiene carne o está pelado, que sea bien gordo. Bien —se dirigió a Ban cuando el chaval se fue—. ¿Como lo harías bajar tú?

Ban tardó un rato en responder. No quería que le temblara la voz.

—Está demasiado alto para alcanzarlo con un flechazo. No tengo ni idea. ¿Y para qué picos quieres que baje?

No lo admitió, pero temía usar él mismo Provocación.

—Entre otras cosas, porque creo que necesitas el empujón —sonrió ante el indignado gallo y llamó un arma de sus propios anillos de Guth, un pedazo de arco de guerra compuesto que hacía que el de Ban pareciera un juguete. También sacó dos flechas de punta roma—. Pero también te irá bien una demostración. Usaré tres técnicas al mismo tiempo: Límite Roto, Tiro Doble y Flecha Ciega.

Ban sabía que Límite Roto aumentaba el alcance de las flechas, pero no sabía usarlo.

—¿Qué hace Flecha Ciega?

Samanta apuntó hacia arriba, tensó el gran arco y disparó como si no se hubiera tomado la molestia en apuntar. El gallo observó atónito como los proyectiles se elevaban como cohetes. Ma esquivó el primero.

—Al usar Tiro Doble, ocultas una de las flechas tras la estela de la otra —respondió Samanta. El segundo proyectil golpeó a la rapaz en todo el cráneo. Descendió en espiral, consciente, pero aquejado de un buen dolor de cabeza y probablemente un terrible mareo.

—¿Como has sabido en qué dirección iba a esquivar el primer tiro para poder darle con el segundo?

—Expereriencia, intuición y también ayuda que lo conozco bien.

Tras guardar el arma, Samanta agarró por el cuello a Ma antes de que llegara al suelo. Batió sus enormes alas con debilidad y sacudió las patas tratando de zafarse, pero su actitud era mucho menos beligerante de lo que Ban habría esperado, incluso teniendo en cuenta el aturdimiento.

—¿Como te ha tratado la vida, Ma? —preguntó Samanta con tanta naturalidad como si no acabara de derribarlo violentamente del cielo— Voy a soltarte. No intentes huir, por favor. No querría tener que dispararte con algo más letal.

Lo soltó. El gran pájaro se sacudió entero, indignado a la par que mareado. Por un momento Ban pensó que no lo reconocería, pero esos ojos terribles acabaron por fijarse en él.

—Me he enterado de que tú y Laqui dejasteis colgada a Frida —comentó Samanta—. Pues si estás disponible, y sé que lo estás, tengo trabajo para tí.

No hubo respuesta.

—Veo que sigues con tu voto de silencio. Como desees —miró a Ban—. Ireis juntos.

—¿Disculpa?—el gallo se quedó atónito— Para, para un momento. ¿Desde cuando trabajo para tí? ¿Y tengo que hacer equipo con él? ¡Ni hablar!

—No pasa nada, pero en ese caso dejaré de enseñarte —le advirtió Samanta—. Ya te dije que no hago nada por caridad. Sé que no puedes pagarme, pero si haces esto por mí puedes considerar la factura liquidada. Y hablando de pagar, también recibirás una recompensa en efectivo. ¿De verdad vas a dejar pasar la oportunidad por desavenencias pasadas?

El aprendiz de ladrón regresó con un costillar y se quedó pasmado al ver al enorme pájaro, a quien ofreció la comida por indicación de su jefa.

—Pero...—trató de rebatir el gallo, que vio como Ma desgajaba los huesos y los engullía sin apenas prestar atención a la carne. Como odiaba toda esa situación. Siempre condicionado por lo que otros querían de él. Como le hubiera gustado ser una rapaz, volar e irse sin más.

Pero no era una rapaz. Solo era un gallo.

Samanta reconoció su silencio como una aceptación, si bien a regañadientes.

 —Como este encargo viene directamente de mí, el gremio no se quedará con una comisión, por lo que os podré pagar bastante. En cuanto a tí, Ma, tengo en mi despacho tres vértebras de león —el gran pájaro se giró como exhalación hacia ella—. Sí, me imaginaba que te interesarían. Así pues, vayamos al grano...


Era difícil decir qué parte de la cripta había sido la cámara a la que acababan de llegar. Desde el suelo hasta el techo era como si la piedra hubiera sido moldeada con la facilidad con que se trabaja la arcilla. La estancia formaba una suerte de esfera cuyos lados estaban surcados por líneas llenas de quiebros y giros que formaban un entramado sin lógica alguna. A Mian Hua el sitio le recordó a una manzana, con su corazón en el centro. La roca deforme parecía haber fluido desde arriba y desde abajo para formar una columna torcida en cuya centro una potente luz impedía ver con claridad los detalles del dispositivo engastado.

Las largas varas estaban extendidas, se mecían y oscilaban sosteniendo una tela sedosa que fluía alrededor de la columna, como una falda de bailarina.

Salvo el oso, la mujer y el espectro, no había nadie más en ese lugar.

—Hemos tenido suerte. Está muy expuesto —opinó Frida.

—Solo hay que destruirlo, ¿no? ¿Nos haces los honores, Togel?

Con muchas ganas de perder al oso de vista, el Arcano avanzó a grandes zancadas, apuntaló bien su peso y lanzó el Colmillo Blanco hacia el sumidero.

La cabeza de lobo formó un bello dibujo justo antes de tocar las varas.Se deshizo con lentitud, sin violencia, siguiendo la dirección del giro de la falda. Se deshilachó y cada uno de los hilos formó una breve órbita alrededor del artefacto hasta que desapareció.

—No iba a ser tan fácil —gruñó Togel.

—Se supone que un Kauser-Hummel no debería tener la capacidad para absorber un ataque con esta potencia —observó Mian Hua—. Por no hablar de que se supone que está sintonizado con el maná del caos. ¿Por qué?

Pero no recibió respuesta. Togel se desvaneció. El maná de Mian Hua que lo mantenía anclado al mundo de los vivos había bajado con brusquedad. El oso estaba mareado y confundido.

—Porque ha cambiado también —acabó respondiendo Frida mientras lo ayudaba a tenerse en pie.

La rotación de las varas se detuvo de repente. Luego se reanudó en sentido contrario.

—¿Puedes correr? —preguntó Frida con premura.

—Puedo arrojarme a un lado —respondió el aturdido oso, quien se veía venir lo que preparaba el sumidero.

—Tendrá que bastar.

El giro de la falda aceleró de una forma que parecía poner en peligro su integridad estructural. El extremo de las varas brillaba con una luz familiar.

Su forma había cambiado, pero no hubo lugar a dudas cuando el artefacto giratorio les arrojó de vuelta el Colmillo Blanco de Togel. Se separaron, ella con elegante y rápido trote, él con una no tan elegante voltereta que lo hizo rodar fuera del camino del ataque, que parecía más fuerte que cuando el espectro lo había lanzado.

Frida extrajo un cuchillo arrojadizo de buen tamaño y lo lanzó contra el Kauser-Hummel. Las aspas se movieron como si tiraran de algo y del suelo surgió como un brote verde una de las estatuas decorativas animadas de la cripta. El cuchillo la golpeó en el pecho.

Frida miró hacia Mian Hua. El oso estaba espatarrado, vertiendo el contenido de un frasco verde en su gaznate. La estatua tuvo tiempo dedar dos pasos antes de partirse en vertical. Pero no era la única que el sumidero había llamado en su ayuda.

Oyó las arcadas del panda. Su estómago rechazó la poción.

—¿Qué te pasa?

—¡Buargh! Es el sumidero... —escupió bilis y poción.

El Kauser-Hummel le había drenado el maná en cuanto había empezado a recuperarlo, y a su vez eso había provocado esa fuerte reacción. Mian Hua sentía como si estuviera en un barco atrapado en un poderoso remolino. El suelo no podía sostenerlo y toda la sala parecía girar y girar.

"No puedo hacer nada" pensó con calma, su mente aislada del horrendo mareo que sufría. "Un mago sin maná no es un mago. Ay, espero que Frida se las pueda arreglar sin mi. Quizás es que veo doble, o triple, pero parece que han aparecido muchas estatuas..."

Lamentablemente, no era producto de su imaginación. Surgidas de la tierra, de las paredes y del techo, las estatuas de la cripta, convertidas ahora en las guardianas del Kauser-Hummel, acudían a la llamada del artilugio. Los crudos acabados de algunas de ellas sugerían que habían sido reparadas o hasta fabricadas de cero por el sumidero.

Con el morro pegado al suelo, con el pequeño estoque de Frida componiendo para él una aguda canción de destrozo, alzó un poco la mirada.

Sus ojos no lo veían y sus oídos no oían nada, pero ahí había... alguien.

No era invisible, tampoco un fantasma. Era más bien como si apenas estuviera ahí, por sinsentido que sonara. Su imaginación reconstruía una figura agazapada frente a él en cuclillas, con la cara sostenida entre las manos, unos ojos abiertos de puro interés y una gran sonrisa. Con un núcleo de... nada.

Su maltratado sentido mágico notaba las corrientes manipuladas por el sumidero como los rápidos de un río. El maná estaba evitando esa... "figura" como si fuera una gran roca en su curso.

Esa "roca" no era la única. Notaba...

—¡Eh! ¡Muévete!

Frida había retrocedido hasta su posición. Empuñaba un estilete en cada mano y sudaba la gota gorda.

—Un momento, un momento, que estoy llegando a algo —la chistó Mian Hua meneando la zarpa y cerrando los ojos con fuerza. La cámara seguía dando vueltas como un torbellino.

—¡Mira que te van a zurrar!

Aunque era consciente de lo cerca que estaban los soldados de piedra y de que Frida no podía con todos a la vez, aparte de que la magia del sumidero parecía capaz de restañar la heridas producidas por el arte de Sabotaje, Mian Hua no perdió la calma. Era un firme creyente de que la calma solo debía perderse cuando servía de algo. En ese momento, incapaz de moverse, a la merced de todo cuanto le rodeaba, ponerse nervioso era un esfuerzo inútil.

¿Por donde iba? Ah, sí. Ríos de maná.

La gran roca que representaba la figura, imperceptible para Frida, era la más grande entre otras mucho, mucho más pequeñas. Quizá de no haber sentido esa aparición, Mian Hua nunca habría encontrado esos pequeños granos de arena llevados por la corriente. Eran tan, tan pequeños... pero numerosos.

Pero... ¿qué eran?

Un brazo de estatua cercenado le cayó en la toda la cabeza.

—Ay —se quejó cuando los dedos se cerraron en torno a una de sus orejas. Pero no perdió su hilo de pensamientos, eso era demasiado interesante. ¿Habían estado siempre ahí? ¿Ocultos a plena vista? ¿Podía... hacer algo con ellos?

Tratar de manipular maná en su estado no era una buena idea. Pero uno usa las opciones que tiene.

Le quedaba un dedo de poción de maná. Se arriesgó.

En cuanto su maná empezó a recuperarse, el sumidero reaccionó. Pero Mian Hua reunió de inmediato la magia de una manera que, para otro brujo, no habría tenido sentido alguno. Ningún hechizo podía salir de ese batiburrillo de energía aleatoria. Pero lo que él hacía era reunir los granitos de arena. Puso todo su empeño en ello. Los granito formaron un guijarro que dejó que la corriente arrastrara hacia el Kauser-Hummel...

Se oyó algo semejante a una cuerda de guitarra al romperse. Las rígidas varas del sumidero perdieron firmeza de pronto y tomaron la consistencia de la pasta de trigo. La falda se vino abajo y se arrastró por el suelo en su rotación. Frida lo notó enseguida. Sonrió.

Fuente Profunda. Tecnica que saca fuerzas del cansancio. Provoca unas horrendas agujetas al día siguiente.

Avalancha. Una forma avanzada de Arremetida que permitía encadenar varias embestidas una tras otra a gran velocidad.

Y Núcleo Fragmentado. Una técnica de Saboteador que deja de lado toda elegancia para centrarse en pura destrucción.

Frida se movió como una saeta roja que pareció rebotar de un soldado de piedra a otro más rápido de lo que los ojos de Mian Hua podían seguirla. Para cuando golpeó al último, los trozos del primero todavía no habían tocado el suelo. El pecho les había estallado como si les hubieran golpeado con un pico empuñado por Lired el Temerario.

—¡Hala! —intentó aplaudir Mian Hua. Frida lanzó una patada en su dirección que lo libró del brazo que le pellizcaba la oreja.

—¿Qué hechizo has usado? ¿Espaguetificación? —jadeó. Mian Hua notó enseguida que su tono despreocupado ocultaba que se había quedado sin aliento. Su estoque se había roto y le sangraba la palma de la mano.

—No tengo ni idea —admitió. El mareo estaba remitiendo. Había reunido algo de maná—. Ya hablaremos luego. Voy a desmayarme. No sé si la espaguetificación es permanente, así que destruidlo ahora que no puede absorber maná.

—¿Como dices?

Mian Hua usó todas sus fuerzas para invocar a Togel el Arcano. Como había anunciado, quedó inconsciente por el esfuerzo.

Los soldados de piedra que restaban se lanzaron al ataque de forma desesperada, quizá espoleados por el sumidero. Frida empuñó el arma que le quedaba. Bajo el casco, los ojos de Togel la miraron de reojo.

—Quédate atrás —le ordenó.

—¿Y dejarte toda la diversión a tí? Ni de broma.

La Arremetida de Togel fue tan fuerte que mandó al primer soldado, casi el doble de alto que él, a volar como una muñeca de trapo. Su alabarda espectral, cubierta de una extraña magia que semejaba un ondeante pelaje blanco, causó estragos.

—¡Quita de enmedio! —chilló la molesta Frida cuando el fantasma no dejó de interponerse en su camino. Togel no le hizo caso.

Arrojó el escudo a un lado contra otro guardián cuando se acercó a Frida por el flanco. Cambió su postura y sostuvo la alabarda con una sola mano por encima de su cabeza, la punta orientada hacia el sumidero.

Con un grito que pareció trepar los acantilados del Inframundo, Togel el Arcano arrojó su arma cubierta por la silueta de un monstruoso lobo blanco. Frida, entre el cansancio y la irritación, no pudo dejar de notar lo hermoso que era.

La bestia devoró el Kauser-Hummel y lo convirtió en astillas y trozos de cristal.

Silencio, decorado por el rumor del polvo asentándose. Las estatuas seguían moviéndose, pero habían perdido la motivación tras liberarse de la influencia del artefacto.

—Podrías haber acabado el trabajo mucho antes si hubieras ido directo a por el sumidero —lo reprendió Frida—. Eres un espectro. No tenían modo de detenerte.

Togel no respondió. Sus armas se habían desvanecido. Él ya empezaba a perder la forma a medida que el maná de Mian Hua volvía a agotarse.

Se había demorado por ella, para no dejarla sola ante el peligro. Dado el carácter que había demostrado, no le parecía que el gesto fuera fruto de la amabilidad. Puede que hubiera sido una forma de menospreciar sus capacidades. O un intento de impresionarla.

Ya se iba. Dadas las circunstancias, era probable que no tuviera otra ocasión de hablar con él. Suspiró.

—Gracias.

 —No hay de qué —gruñó Togel sin mirarla antes de desaparecer.


(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...