jueves, 22 de junio de 2023

(Proyecto PMP) Capítulo 7, de cocineros y librerías.

Bankiva paseó por el patio. El cielo estaba rojo y oscurecido, como si se acercara la noche, a pesar de que estaba seguro de que no eran ni las diez de la mañana. Si lo sabría él, que era un gallo.

Se había topado con un grupo de mujeres. Eran sin dudas fantasmas, solo que algo más coloridos que los que había visto hasta el momento.

—¡Un imperial! ¿Un imperial?

—Un imperial...

No decían otra cosa mientas lo señalaban. Solo una de ellas pareció reconocer algo más en él, aunque parecía suponerle un gran esfuerzo.

—Un imperial... pollo...

Bankiva se sacó una flecha sagrada, la sostuvo en el pico y las persiguió con ella como si fuera una lanza. Huyeron al grito de "¡Imperiales, imperiales!" mientras les pinchaba las pantorrillas.

—Gallo, señoras. Gallo.

Un chillido en dirección opuesta lo alertó. Azeban apareció corriendo con su hacha entre los dientes. Realizó un quiebro para esquivar un enorme cuchillo de carnicero que alguien acababa de arrojarle desde detrás y que rebotó lo bastante fuerte como para arrancarle esquirlas al empedrado.

—¡Corre!—le chilló a Bankiva en cuanto reparó en él. El gallo vio a su perseguidor, un hombre corpulento con un delantal y un gorro de cocinero que debían ser blancos cuando pasaban por la lavandería. En ese momento estaban oscurecidos por manchas de sangre.

—¡Ven, mapache, ven! ¡Hagamos un guiso! —le arrojó otro cuchillo fantasmal. Ignorando la advertencia del mapache, Bankiva llamó al arco, saltó, tensó y disparó.

La flecha fue derribada del aire con una chaira que llevaba en la zurda. Unos ojos de loco se fijaron en él. Defecó.

—¿...pollo? ¡Pollo! ¡Pollo asado!

Bankiva decidió hacer caso a Azeban y huir. Los dos se metieron por un pasillo para evitar los cuchillos, que no dejaban de aparecer en las manos del cocinero. Estaba canturreando algo mientras giraba la esquina y afilaba su arma.

—Mapache y pollo, los pelo y encebollo...

El pasillo estaba decorado con dos armaduras completas y armadas con mandobles. El fantasma del cocinero se acercó a la primera y la examinó con suspicacia.

—Si buscas a un mapache y a un pollo, han pasado de largo —aseguró la armadura.

—Ah, gracias —fue la respuesta del cocinero. Tardó tres segundos en girarse y murmurar—. Espera un momento...

Agarró el yelmo y tiró para revelar como Bankiva asomaba la cabeza por el cuello de la armadura. La ocultó como una tortuga a tiempo de evitar un tajo horizontal. El entusiasmado fantasma metió la mano por el hueco para hurgar con el cuchillo.

—¡Pollo, pollo! —gritaba, con Bankiva encogido al máximo en el fondo de su escondite—¡Pollo, po... ¿eh?!

El diminuto cuerpo de Azeban había salido de la otra armadura con el casco puesto e iba a por él con el mandoble en ristre, su fuerza de berserker desatada. Descargó un golpe vertical contra el cocinero, cuya arma estaba atorada.

La chaira en la otra mano se movió y desvió el golpe del mandoble con gran maestría.

Pero Azeban ya contaba con ello. Aun en el aire, soltó el mandoble y le propinó un fuerte Cabezazo (con C mayúscula) en la frente.

En el reino de los vivos necesitaban magia sagrada si querían exorcizar a los fantasmas, pero no estaban en el reino de los vivos. El yelmo que llevaba Azeban en la cabecita era también, en esencia, fantasmal, así que el cocinero reaccionó como lo haría cualquiera golpeado por una técnica de guerrero pensada para sacar el máximo partido al coco reforzada por una gruesa lámina de acero. Cayó y arrastró consigo la primera armadura, que se desmontó. Bankiva salió del peto hecho una furia, con los espolones embadurnados de aceite sagrado.

—¿A quién querías cocinar, eh? ¿Y ahora qué, cabrón? ¡Al carajo contigo!

—¡Al carajo, al carajo! —recitó Azeban mientras los dos cosían al cocinero a mamporros.

—Yo solo quería un guiso... —se lamentó la incorpórea voz del fantasma mientras se evaporaba.

—¿Estabas solo? —preguntó Bankiva. Azeban asintió— Parece que estamos en el fantasma del castillo original, o algo así. ¡Podemos aprovechar para buscar el sótano! Pero vayamos con cuidado, no sé por qué ese cocinero era tan bueno con la técnica de Desvío. ¡Verás la cara que pondrán el oso y la gata cuando sepan que hemos hecho todo el trabajo! ¡Ja! —hinchó el pecho, orgulloso. Azeban lo imitó porque le pareció divertido.


—¡Al carajo!

El escudo de Togel el Arcano bloqueó la marca sagrada de Mian Hua. El casco asomó por detrás, entre la nube de chispas blancas que persistían en el aire.

—Patético—sentenció, y devolvió la agresión. Se encontraba a una distancia considerable, pero eso no le impidió enviar un potente ataque que barrió el pasillo en la forma de una gran cabeza de lobo surgida de la punta de su lanza.

—¿Como puede usar maná? —jadeó Mian Hua, a cubierto del ataque tras una esquina—. ¿No se supone que solo es un fantasma?

—Los fantasmas más poderosos conservan su pericia marcial en vida —Denise le indicó unas escaleras por las que podían acceder a un pasillo elevado sobre un claustro—. Togel fue un gran guerrero arcano, ducho tanto en la magia como en el combate directo. Por eso su escudo puede bloquear nuestra magia sagrada.

—¡A mí la guardia! —gritó Togel al alcanzar el espacio más amplio del claustro. Como surgidas de una espesa niebla, las figuras de cuatro soldados aparecieron a su alrededor, fantasmas de soldados imperiales a sus órdenes.

—En muerte, puede hasta invocar y comandar algunos de los espectros atrapados en Astaramis —Denise observó preocupada al panda, que temblaba. Al fin y al cabo, algo tan poderoso podía quebrar hasta al más veterano, ya no digamos a un novato...

Mian Hua se asomó, meneó la pata y alzó la voz:

—¡Oye! Ya sé que no es el momento más oportuno, pero... ¿te interesa hacer un contrato conmigo?

Lo recibió un silencio frío como una lápida. La lanza de Togel bajó y ordenó una salva de flechas contra el descarado oso.

—¡Vos estás loco! —lo recriminó Denise mientras se ponían a cubierto.

—¿Qué? ¡Este tío es una máquina! —argumentó el panda con las flechas fantasmales silbando por encima de la barandilla y de sus orejas—¿Por qué no aprovechar la oportunidad?

—¡Porque lo normal no es intentar negociar un contrato con un fantasma mientras trata de matarte, enorme pelotudo!

—Vale, pero... hay algo que no entiendo. Este tío fue un capitán imperial, ¿no?

—Sí, ¿y qué? ¡Al carajo! —Denise detuvo a un fantasma que intentaba subir las escaleras.

—Y esta fortaleza fue atacada y destruida por los imperiales. ¿Por qué la está defendiendo?

—Porque quien domina y maldice este castillo es la duquesa,  Desconozco como logró atrapar un chabón tan poderoso como este pendejo, pero eso no importa. Los fantasmas no actúan siempre por voluntad propia, ni siquiera los que son tan lúcidos como Togel. Está condenado a guardar este sitio, le guste o no. Por eso no podrás disuadirlo de que se una a ti, si eso es lo que estás pensando.

—Cachis.

Un poderoso ataque mágico golpeó el pasillo elevado por debajo. Otro igual podría acabar por derribarlo.

—Escuchá, atacaré primero y me ocuparé de sus lacayos. Cuando tenga su escudo vuelto hacia mí, ¡dale fuerte por su punto ciego!

Mian Hua asintió y posó el extremo de su cayado en el suelo, preparando su hechizo.

Denise saltó al vacío, las flechas fallando su pequeño cuerpo por poco. Sus patitas delanteras brillaban con los tatuajes místicos bajo el pelaje. Propinó un zarpazo vertical sincronizado con su aterrizaje y una enorme marca semejante a un arañazo apareció en el aire, cuatro brillantes rajas de luz sagrada. Togel detuvo ese ataque, pero sus subordinados fueron inmediatamente exorcizados. Denise corrió por su lateral, saltó para evitar otro lanzazo mágico y usó su segunda zarpa para repetir el ataque en horizontal.

Togel estaba totalmente centrado en ella. Tampoco debía sospechar que un panda pudiera volar, pero Mian Hua ya estaba justo encima de su cabeza, propulsado por su magia de viento. Adoptó la posición del loto y cayó a plomo directo sobre el casco, con la magia sagrada concentrada en su generoso trasero.

—¡Al carajo contigo! ¡Ay!

El estallido de chispas fue cegador y el impacto sobre el descuidado suelo provocó una nube de polvo. Denise estornudó y trató de ver algo a través de las partículas, con otro hechizo preparado...

Pero Togel no estaba. Mian Hua se encontraba solo, espatarrado y masajeando sus posaderas.

—Pensaba que amortiguaría la caída, ay, ay...

Denise escuchó un gritó iracundo que el panda no pudo percibir. El capitán imperial se encontraba en ese momento lejos del plano terrenal.

—¡Levantá, aprisa! —lo urgió— ¡Es nuestra oportunidad!

Aparte de dolorido, Mian Hua estaba muy mareado después de haber lanzado dos hechizos de naturalezas distintas en tan poco tiempo, uno de una clase a la que no estaba acostumbrado.

—¿Me lo he cargado? Ay, ay...

—Volverá pronto, pero si nos damos prisa quizá encontremos el ancla antes de que vuelva.

—Pero yo quería contratarlo...

Impaciente y eufórica, Denise se subió a su cabeza y lo abofeteó con sus patitas para que espabilara y se pusiera en movimiento. Nunca había logrado dispersar a Togel por sí misma.


Había una puerta de madera gruesa como un muro, reforzada con una cadena de acero y tres candados que parecían capaces de contener una riada. Era muy probable que jamás hubieran logrado derribar algo tan bien defendido.

Pero estaba abierto. Las escaleras del sótano daban la bienvenida a Aze y Ban. Se miraron.

—Creo que no hemos llegado aquí por casualidad —susurró el gallo. El mapache asintió. No solo habían encontrado el lugar con una rapidez inusitada, sino que además parecía que habían recorrido el único camino existente. Como si el fantasma del viejo castillo hubiera guiado sus pasos.

De haber tenido elección, jamás habrían cruzado ese umbral. Pero el camino a sus espaldas se había cerrado, como si los muros se movieran cuando no estaban mirando. Siguieron la única senda que se les ofrecía, escaleras abajo.

El sótano era frío y seco. Había estanterías de madera repletas de libros y pergaminos que se perdían en la oscuridad del techo. La luz provenía de lámparas de lectura que solo iluminaban la única mesa del lugar, dejando el resto en penumbra. El contraste de luces arruinaba la visión nocturna de Azeban. A Bankiva no le afectaba, porque de todos modos su visión nocturna era nefasta.

Había un solo fantasma, el más definido que habían visto hasta el momento. El juego de luces de las lámparas sobre su piel y ropa era lo único que la delataba, pues parecía tan sólida como la piedra bajo sus patas. La mujer, vestida con ropas a la moda de varios siglos atrás, estaba sentada en un cómodo sillón, reclinada, y sostenía un libro con gran devoción. Lo leía, su rostro tranquilo, con una leve sonrisa de satisfacción en la cara. Tenía una taza en la mesa, quizá una infusión.

Giró una página. El crujido del papel sonó como la rotura de un iceberg en el silencio absoluto de la biblioteca. Los ojos se alzaron de su lectura y los miraron.

—¿Habéis venido a leer? —preguntó.

No contestaron. Denise había mencionado que siempre es más seguro ignorar la pregunta de un fantasma. Además, algo a nivel instintivo les advertía sobre las terribles consecuencias de romper el silencio.

Miraron atrás. Las escaleras ya no estaban. Miraron adelante. Las estanterías parecían estar ahora un poco más cerca, incluso quizá ligeramente torcidas, como si las hubieran pillado tratando de formar un círculo a su alrededor. Los lomos de los libros se inclinaban, como ansiosos por saltar.

Azeban se puso a respirar más rápido. Su miedo pronto se convertiría en ira. Bankiva dejó de pensar en las posibilidades que tenían de salir con vida de ahí, ya no digamos doblegar a la duquesa Láramy, ellos dos solos. No había salida, de lo contrario, se habría puesto histérico para poder alcanzarla. Pero no podían huir. El miedo no servía. 

Dejó de pensar. Le cedió los mandos al instinto que había conseguido mantener con vida a sus ancestros y que la domesticación no había logrado arrebatarle. El instinto que empuja a un gallo a defender a sus gallinas contra halcones y zorros. Levantó el ala con lentitud, se equilibró sobre una pata y usó la otra para sacar un cuchillo arrojadizo.

Los puños de Azeban se cerraron, duros como pequeñas bolas de acero.

Es difícil decir quién atacó primero. La paz de la biblioteca fue destruida por una cacofonía de gritos perdidos en el revuelo de miles y miles de páginas que proyectaron fugaces y aterradoras sombras contra la luz de las lámparas.

(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...