Un chasquido
metálico, un gemido de dolor, una aparatosa caída.
—Siguiente —dijo
una voz femenina, aburrida.
En el imperio
de Bram se pasaba revista a las tropas de formas poco convencionales. La
inspección visual y los interrogatorios estaban bien, pero el viejo emperador
siempre había considerado que la mejor forma de poner a prueba el acero de un
soldado era cruzarlo con el tuyo propio, incluso bajo riesgo de probarlo en tu
propia carne.
Las espadas
no estaban afiladas, pero eran reales y dolían de narices si lograban encajar
un golpe. El soldado se levantó del suelo agarrando su muñeca dolorida. De no
ser por el guantelete, ahora la tendría rota. Hizo una breve reverencia y
regresó a la fila para dejar paso a su siguiente compañero.
—Estos
soldados son demasiado buenazos, sargento —reprendió Raven al instructor—.
Demasiado rígidos, también. Necesitan más inventiva y más mala leche.
—¡Sí, señora!
—respondió el sargento, que por dentro pensó que tenían el listón muy alto si
tenían que igualar la mala baba de Raven.
El siguiente
soldado se separó de sus compañeros y se encaró con la princesa en el pequeño
círculo de tierra que servía como área de combate. Sus miradas se cruzaron.
Vaya, pensó ella. Era el primero que la miraba los ojos. El soldado hizo una
breve reverencia.
—Es un honor,
doña Raven —la espada de práctica se movió en horizontal casi al instante, y el
soldado se incorporó de inmediato para evitarla. Un grito de sorpresa se escapó
de la mayoría de los reclutas, aunque ése no era ni mucho menos el primer
ataque traicionero de esa sesión. Sí era el primero que había sido
completamente evitado. El resto habían rozado o habían dado de lleno.
—Bien —dijo
Raven complacida de que el soldado prestara atención. Pasó al ataque.
Raven había
cumplido los diecisiete hacía poco. Todos los soldados eran mayores que ella, y
la mayoría eran hombres, más grandes y fuertes. Ellos, sin embargo, habían
empezado a manejar una espada en la adolescencia, quizá como mucho en su niñez
tardía. Raven había sostenido un cuchillo tan pronto como había aprendido a
tenerse en pie. No era ningún genio. Había perdido innumerables veces contra su
anciano abuelo, contra su padre, contra los guardaespaldas de ellos, contra
niños de su edad o mayores, se había llevado muchos golpes y cortes, pero había
practicado toda la vida contra rivales duros, no contra simples muñecos de
paja. En algún momento, su experiencia comenzó a pesar más que la superioridad
física de sus adversarios. Había empezado a pasar revista a los catorce. A día
de hoy, muy pocos de sus hombres tenían una pericia a la par de la suya, y
todos la temían.
El soldado se
mantuvo a la defensiva. Raven se preguntó si, como los demás, tenía miedo de
herirla. Era la princesa, al fin y al cabo. Si alguien la hiriera de gravedad,
o incluso la matara por accidente… Ella estaba cansada de repetirles que todo
eso no importaba, que nadie sería castigado por infligir una herida en un
combate de práctica, pero no se acababan de fiar. La familia imperial era
famosa por su crueldad, y todos sabían lo que podía ocurrir con alguien que los
contrariara. Era fácil decir cosas como “dame fuerte, que no te haré nada”
ANTES de recibir una castaña en toda la cara. Ella sabía que, si pudieran
sobreponerse al miedo, muchos de ellos podrían igualarla, incluso vencerla.
El soldado la
atacó con un tajo torpe y predecible. Raven lo evitó y contraatacó lista para
arrojarlo al suelo. La espada del contrario se movió en dirección opuesta, y la
bloqueó. El siguiente ataque fue preciso y potente. Raven lo desvió por los
pelos. Los reclutas contuvieron el aliento.
“¡Eso es!”
pensó ella, sorprendida y contenta a partes iguales de que alguien hubiera
hecho una finta que casi la había engañado. El soldado avanzó con decisión y
coordinación, sin dejar que el desvío de Raven lo desequilibrara. Ella atacó, y
de pronto, su pie estaba bloqueado por el de su contrincante. Un golpe en la
muñeca desvió su estocada, y la hoja roma se puso sobre su cuello desprotegido.
Se quedaron
los dos quietos, un silencio mortal a su alrededor. Raven se separó de él.
—Bien hecho —dijo,
con la voz algo alterada. El soldado la había derrotado. No era la primera vez
que sucedía, pero nunca había sido así, tan… limpio. Había tenido encuentros
con veteranos de guerra que la habían pulverizado, con hombres montaña
inamovibles con defensas impenetrables, pero que la vencieran en el terreno de
la astucia y la velocidad…
Dolía.
—Otra vez —dijo,
más enfadada de lo que quería estar. Se olvidó de la revista. No le importaba que
la derrotaran frente a los demás. Se trataba de intentar corregir un error. No
debería haber perdido, no así.
El ataque de
Raven fue más feroz que antes. El soldado se puso de nuevo a la defensiva.
Raven pensó que iba a intentar pillarla igual, buscar una oportunidad antes de
ir al ataque. Ni hablar, esta vez no iba a subestimarlo. No iba a dejar
siquiera que pasara al ataque. Tarde o temprano, encontraría una brecha.
La espada del
soldado desvió la suya e hizo que golpeara la tierra. La bota aprisionó la
punta de inmediato. Raven notó que ambas espadas estaban trabadas y se dio
cuenta, una décima de segundo demasiado tarde, que el hecho de que estuvieran
practicando con espadas no significaba que sus ataques estuvieran limitados a
ellas. No logró bloquear el potente manotazo, cayó de espaldas al suelo, y la
espada se puso sobre su barriga.
Dicha espada
tembló. Desde el suelo, Raven lo miraba como un demonio oteando a su próxima
víctima desde las profundidades del infierno. El soldado retrocedió y decidió
que lo más prudente era no intentar ayudar a la princesa a ponerse en pie.
Raven se incorporó como una gata furiosa. Recogió su espada.
—¡Otra vez! —chilló.
Una parte de
ella estaba pensando que llegados a este punto era una tontería insistir. ¿Qué
pretendía demostrar con una revancha exitosa? El objetivo de la revista no era
mostrarse superior a los soldados, era comprobar su capacidad marcial, y ese
soldado aprobaba con nota. Sin embargo, el tonto orgullo se le subió a la
cabeza y decidió que no iba a irse de ahí hasta que lograra derribarlo al menos
una vez, daba igual que…
Estaba
demasiado alterada para mantener una defensa firme. Raven se llevó un golpe en
el muslo que sonó como un latigazo. De ser una espada real, le habría cortado
la pierna en redondo. Derribada en el suelo, cerró los ojos con fuerza. Hacía
tiempo que no se llevaba una torta como esa.
Derrotada y
humillada, Raven se incorporó con lentitud. No se molestó en recoger su espada.
Taladró los ojos del soldado y, hay que admitir, tenía ganas de gritar “a la
horca con él”, pero el dolor le estaba despejando la mente. Respiró hondo dos
veces. Esperó. Respiró hondo una vez más.
—¿Como te
llamas, soldado?
—Hawk. Hawk
de Bramia, hijo de Ricardo, mi señora —tenía miedo, ella lo sabía, pero la voz
no le temblaba.
—Bien hecho,
Hawk de Bramia —Raven dio un paso y cojeó un poco—. Sargento, la revista ha
terminado por hoy. Podemos seguir mañana. Vuelvan a sus rutinas habituales.
El sargento,
que todavía no se había recuperado, no respondió.
—Sargento —insistió
Raven. No gritó, pero algo en su tono sugería que, si tenía que repetir la
palabra una vez más, iba a ir precedida de “muere”.
—¡Sí, señora!
¡Todos a formar, mendrugos! ¡Vamos, vamos! ¡A paso ligero! ¡Vamos a dar diez
vueltas a la fortaleza! ¡Con ganas!
Raven se
quedó quieta y los vio alejarse. Hawk la miró una última vez antes de ponerse
en formación. Ella no dejó de observar su espalda hasta que lo perdió de vista.
El sol teñía
de naranja los barracones imperiales. Los soldados se estaban preparando para
un bien merecido descanso después de entrenar durante el día. Algunos
regresaban a casa, a Bramia, mientras otros vivían ahí. El ambiente estaba
cargado de la satisfacción producida por las hormonas liberadas por el duro
ejercicio, y todos se sentían relajados. El recuerdo de la revista ya había
abandonado las mentes de todos, incluso de Hawk, que planeaba regresar a casa a
pie, tomar un baño y dormir como un tronco.
—Soldado raso
Hawk, hijo de Ricardo —llamó una voz femenina por encima del estruendo general,
que murió casi al instante. Ya de por sí, se suponía que las mujeres no podían
entrar en los barracones de los hombres, pero a esa mujer no iba a echarla
nadie, porque era doña Carmen, el ama de llaves del castillo. Muchos oficiales
tenían menos autoridad que ella en los terrenos de la fortaleza— Soldado Hawk
de Bramia, hijo de Ricardo —repitió con paciencia por encima del silencio.
—Presente —Hawk
se separó del resto.
—Su alteza
imperial la princesa Raven reclama su presencia —anunció doña Carmen—. De
forma inmediata. Le espera en la entrada principal, al lado de las
caballerizas. No la haga esperar.
Se retiró de
forma tan súbita como había aparecido. Los compañeros de Hawk lo miraron de
forma similar a como se contempla un finado. Nadie sabía qué decir, pero todos,
hasta Hawk, estaban asumiendo lo peor. Uno de ellos parecía al borde de las
lágrimas. Hawk, con lentitud, acabó de ponerse sus modestas ropas de civil y
salió de los barracones.
El fresco
viento otoñal y la luz solar lo tranquilizaron un poco. Intentó verlo de forma
lógica: si Raven quería matarlo, no lo habría mandado a llamar, sino detener, o
quizá habría enviado a un asesino. Por supuesto, cabía la posibilidad de que
quisiera hacerlo ella misma. Saludó algo distraído a algunos compañeros en
turno de guardia, y se preguntó si tendría ocasión de hacerlo de nuevo. Pese al
miedo, no le pasó por la cabeza huir. No tenía a donde ir, y en todo caso la
familia imperial no hacía cosas a la ligera. No le extrañaría que ya hubiera órdenes
de detenerlo si se le ocurría intentar cruzar el puente levadizo.
La vio de
lejos, y sus ojos acerados estaban ya fijos en él. Siguió caminando a buen
paso, conteniendo la tentación de dar media vuelta, pero no rehuyó su mirada.
Se plantó frente a ella y se puso firme, sin decir palabra.
—Descanse —ordenó
Raven. No llevaba la misma ropa que por la mañana. Para las revistas, Raven
prefería un vestido de falda corta y calzas, pero ahora llevaba un atuendo de
una pieza color crema muy sencillo, aunque bonito. Al moverse, Hawk notó
enseguida que seguía cojeando—. Espero que no tuviera planes para esta noche,
soldado.
—Nada salvo
dormir, señora —respondió Hawk.
—Sígame —Raven
se puso en movimiento, y él obedeció. Se dirigían a las escaleras del castillo.
Eso era buena señal, dado que los calabozos estaban en los subterráneos.
—¿Cuántos
años tiene, soldado? —preguntó Raven.
—Veinte,
señora.
—¿Cuándo
empezó a estudiar esgrima?
Hawk se
demoró unos segundos en responder.
—No estoy
seguro —acabó respondiendo—. Recuerdo practicar con espadas de madera en mi
niñez.
—¿Quiere
decir que empezó antes de lo que alcanza su memoria?
—Bueno, al
principio no eran más que juegos. Aunque…
—¿Aunque?
—Aunque padre
solía darme bastante fuerte. Recuerdo enfadarme y dar todo con tal de
devolverle algunos golpes. Lo que quiero decir es, en su momento para mí no era
un juego.
Subieron a
los pisos superiores. Hawk nunca había estado ahí. Algo lejos, esperando de
forma discreta, estaba el ama de llaves.
—¿Tiene
hambre, soldado?
—Sí, señora.
Hawk notó
como Raven le hacía una señal muy discreta al ama de llaves bastante antes de
que la alcanzaran.
—Aunque no
urge —añadió Hawk, inseguro.
—Entiendo que
su primer instructor fue su padre —continuó Raven, ignorando la última frase.
—Sí, señora.
—¿Era acaso
soldado?
—No, señora —Raven
esperó un poco, pero Hawk no especificó, así que preguntó.
—¿A qué se
dedicaba? —se produjo un breve silencio que ella ya se esperaba.
—Cazarrecompensas.
Señora —añadió algo tarde. Una profesión en declive, pensó Raven. La
reorganización traída por la conquista imperial había convertido a los
alguaciles en un cuerpo mucho más sólido y eficaz que antaño, así que los
servicios de mercenarios eran raramente necesarios. Muchos veteranos, incapaces
de buscarse el sustento por sí mismos o de adaptarse a una rigurosa rutina
militar, acababan como mendigos en el mejor de los casos.
—¿Y cuando
decidió ser soldado?
—No estoy
seguro, pero supongo que fue cuando me di cuenta de que se me daba bien la
espada. Es lo único que sé hacer.
—Por
necesidad, entonces. No por vocación.
—Lamento
decepcionarla, señora.
—Por favor.
Prefiero un soldado competente a un soldado devoto.
Se pararon
ante una puerta de madera. Como si supiera que acababan de llegar, el ama de
llaves y dos doncellas salieron, se encararon a Raven e hicieron una profunda
reverencia. Mientras se marchaban, Hawk olió algo que habían arrastrado con
ellas desde el otro lado de la puerta. Algo que olía genial. Raven le indicó
que pasara, y se encontraron en una habitación que, pensó, había estado en
desuso hasta hacía poco. Había una cama enorme y con pinta de no haber sido
estrenada nunca, al lado una tina llena de agua caliente, y cerca de ellos, una
discreta mesa con dos platos. Había dos raciones de cerdo asado con guarnición
de verduras, y una botella de vino tinto.
Hawk,
confuso, notó que Raven cerraba la puerta con llave, la cual dejó colgada al
lado. Se giró para mirarlo. La luz tardía reflejada en sus ojos la hacía
terrorífica.
—Puedes
sentarte. Si te quedas con hambre, podemos llamar a la cocina.
—Doña Raven,
perdone que le haga esta pregunta tan directa, pero… ¿me está invitando a
cenar?
—¿Y qué
parece si no, bobo?
—Perdone mi
atrevimiento, pero no es lo habitual, señora.
—No, pero tú
tampoco eres un soldado habitual. Creo que mereces una recompensa por tu
actuación de esta mañana. Dicho esto, no te obligaré a comer.
Hawk observó
la carne humeante. No había probado cerdo desde… ¿cuándo? ¿Desde hacía dos
años? ¿Más? Si había trampa, merecía la pena picar.
Raven lo
observó comer con ganas. A pesar de que técnicamente era una noble, los modales
refinados no se estilaban en la familia imperial, por lo menos no en las
comidas privadas. Ella apenas tocó su ración y tomó un sorbo de vino, y él dio
cuenta de las sobras.
—¿Está bueno?
—Raven sonrió. No era una sonrisa cálida, sino que tenía cierto aire de
suficiencia, aunque comparado con sus expresiones habituales, era bienvenida.
Hawk tuvo un extraño pensamiento.
—¿Ha cocinado
usted esto?
Se esperaba
una respuesta del tipo “yo no me rebajo a cocinar”. En su lugar, Raven se rio.
—Me temo que
no sé cocinar en absoluto. Al fin y al cabo, me han preparado la comida toda la
vida. No queda mucho tiempo para dedicarte a la cocina cuando no paras de
estudiar política y practicar esgrima.
Hawk terminó.
—Estaba muy
bueno —respondió al fin, limpiando su boca con la servilleta más fina que había
tocado nunca. En esos momentos, la luz del sol estaba muriendo, y Raven le
ordenó que la ayudara a encender antorchas para iluminar bien la estancia. Hawk
adivinó que, aunque había terminado de cenar, la cosa no había acabado. Pero no
estaba seguro de qué…
—Desnúdate.
Hawk
parpadeó.
—¿Disculpe,
señora?
Raven apoyó
las manos sobre el borde de la tina de agua caliente.
—Ven y
quítate la ropa —no lo dijo de forma muy distinta a como le ordenaría ponerse
en posición de firmes—. Ahora mismo está en su punto. Vamos.
Hawk la miró
a los ojos, esos ojos grises, terribles.
—A menos que
sea verdad lo de que los plebeyos no os bañáis —añadió ella, sonriendo con
burla.
—No lo
solemos hacer por norma imperial —Hawk frunció las cejas—. Está usted jugando
conmigo, señora.
—Ni mucho
menos —respondió Raven—. Esta mañana he visto a un hombre con el coraje para
desafiar las convenciones. Alguien que no ha dudado en darlo todo contra su
superior, tal y como le ha sido ordenado, alguien que ha dado una lección de
maestría con la espada a sus compañeros y a mí. No veo como semejante hombre
puede sentirse abrumado por la idea de desnudarse ante una mujer. Pero esto es
solo un obsequio, no una orden. Puedes irte, si lo deseas.
Raven no lo
dijo, pero Hawk supo que se sentiría contrariada si él se iba. Sin embargo, esa
no fue la razón por la que se aflojó el cinturón. Ante la mirada atenta de
Raven, Hawk se desnudó por completo. Una sonrisa discreta, distinta, se insinuó
en la comisura de sus labios. Recorrió todo su cuerpo, moreno, fuerte. Lo que
veía le gustó mucho. Hawk, sin esperar la orden, se metió en la tina. Algo de
agua salió por el bordes cuando se sentó y dejó que lo cubriera hasta el pecho.
—Lo siento.
—No te
preocupes por eso —dijo Raven, que se acercó después de quitarse los zapatos y
dejar que los pies desnudos chapotearan en el charquito. Hawk todavía olía a
sudor. Raven había olido a muchos hombres sudorosos, pero era la primera vez
que el olor le gustaba. Eso la confundió un poco, pero no se dejó distraer. Sin
pedir permiso, le vació un cazo en la cabeza, sobre los rizos negros y
abundantes. Hawk no protestó. Luego, le enjabonó la cabeza y le masajeó el
cuero cabelludo. El jabón tenía un aroma bastante agradable, diferente del
jabón hecho en casa al que estaba acostumbrado. Pero más que otra cosa, los
dedos de Raven eran pequeños, finos, pero decididos. Empezaba a relajarse, lo
cual no sabía si era del todo prudente.
—¿Puedo hacer
una pregunta, señora?
—Claro.
—¿Ha lavado
usted la cabeza a otros hombres?
—No de tu
edad —señaló Raven. Incluso sin verle la cara, Hawk vio la sonrisa en su tono—.
Marlon… el príncipe Marlon y yo nos hemos bañado juntos muchas veces. ¿Y tú?
¿Te ha lavado la cabeza alguna mujer antes?
—Nadie,
aparte de madre. No pensaba que pudiera ser tan… bueno, agradable.
—Yo tampoco —susurró
Raven. Cuando terminó, Hawk sumergió la cabeza y se aclaró el jabón. Con el
pelo empapado enmarcando su cara, Raven lo contempló. No era exactamente guapo,
no al menos según los estándares habituales, pero tenía unas facciones muy
definidas y particulares, y ese brillo inteligente en la mirada. Pensó que, a
pesar de la opinión que pudieran tener otros, nunca había visto a un hombre más
apuesto.
—¿Señora? —preguntó
él, haciendo que ella diera un respingo— No tengo el jabón a mano.
—Ni lo
tendrás —respondió ella, que le frotó los hombros con las manos enjabonadas—.
Vamos, incorpórate un poco.
—¿El cuerpo
también? —preguntó Hawk.
—¿A ti que te
parece? —Raven nunca habría pensado que bañar a un hombre fuera… así. Cuando se
trataba de su hermano, todo era tan natural como si se tratara de su propio
cuerpo, pero ahora era consciente de todo. El tacto de la piel, la forma de los
músculos, la dureza de los huesos, la textura del vello… le limpió los brazos y
llegó a las manos, grandes, morenas, llenas de callos. Notó que sus dedos
querían entrelazarse con los de él, pero se contuvo. Eso sería muy ñoño.
Siguió la
espalda, luego el pecho. Le indicó que se sentara en el borde de la tina, le
frotó la región abdominal y luego… Hawk la agarró por la muñeca. Ella lo miró
molesta.
—Con
suavidad, por favor —pidió Hawk, que no intentó hacerla desistir, aunque, la
verdad, ¿por qué iba a hacerlo? Raven se entretuvo bastante en esa parte de su
cuerpo. Le parecía feo, pero al mismo tiempo tenía un extraño e inexplicable
atractivo. Además, tocarlo despertaba en Hawk reacciones muy divertidas. Se
hizo más grande, algo que sabía que sucedía, pero que nunca había contemplado.
Era fascinante.
—Levanta un
momento —se obligó a apartar las manos y la mirada y se centró en las nalgas y
después, las piernas. Hawk estaba ahora limpio como una patena. Raven cató el
agua con la mano.
—Voy a
echarle un poco más de agua caliente —dijo, y la cogió de un cazo en el fuego
de la chimenea.
—Sí, gracias…
—dijo Hawk, que todavía no había procesado del todo que doña Raven, princesa
heredera del imperio de Bram, una de las mujeres más poderosas de ese
continente, acababa de darle un baño. La vio alejarse y contempló su figura
insinuada por el vestido. Nunca había visto a Raven como una mujer. Claro que
era guapa, todos lo decían, pero daba tanto miedo que uno ni se planteaba
fantasear con ella. Tenía unos pies tan pequeños y bonitos…
Raven regresó
y volcó el agua caliente en la tina. Hawk suspiró de placer y se sumergió de
nuevo, con la espalda contra el borde, la cabeza colgando hacia fuera,
relajado.
—Anda, hazme
sitio.
Hawk se hizo
daño en el cuello cuando levantó la cabeza. Raven se desabotonó el vestido. A
pesar de que no era su intención, la forma en que reveló su cuerpo, empezando
por arriba, con la tela resbalando con lentitud sobre su piel, fue muy erótica,
aunque se debía a que se sentía algo turbada, dado que nunca se había desnudado
para un hombre. Reveló los hombros, y tiró un poco del vestido, que le hizo
cosquillas en los pezones, dado que no llevaba ropa interior. Solo entonces
Hawk supo que desde el principio había querido… sus pechos, pequeños y firmes,
se sacudieron libres de la ropa, y el borde del vestido recorrió el vientre
plano, suave, marcado por el ombligo. De detuvo en las caderas, y Raven tuvo
que forzarlo un poco para que acabara de bajar. Hawk observó el vello púbico,
el pequeño espacio entre los muslos, las líneas de la ingle coronando unas
piernas esbeltas y tonificadas. Lo único que lo distrajo fue ver, en la pierna
izquierda, un moratón alargado, dejado por él mismo unas horas antes.
Raven metió
las piernas y se sentó en el borde de la tina. En lugar de sumergirse, usó el
cazo para echarse agua encima, con lo que aumentó el desastre en el suelo, pero
no le importó. No dijo absolutamente nada, ni siquiera miró a Hawk mientras se
aseaba y permitía que la devorara con los ojos. El agua y el jabón que corrían
por sus curvas, la forma en que la piel mojada cedía a las manos que la frotaban,
los movimientos lentos, metódicos, con los que se limpiaba los senos y las
caderas… Hawk se preguntó si ella era consciente de lo irresistible que era.
Toda
enjabonada, Raven se metió por fin en la tina, hasta la cabeza. Emergió entre
pompas de jabón, con el pelo pegado a la cara. Sus piernas se tocaron. Movió el
cuerpo hacia adelante. Sin darse cuenta de lo que hacía, Hawk alargó la mano y
la cogió por la cadera para acercarla a sí.
—Doña Raven… —empezó.
—No —cortó
ella. Sus manos se pusieron sobre el pecho de él—. Nada de “doña”. Ahora solo
soy Raven, así que deja de mirarme de esa forma, como si… como si fuera una
especie de diosa a la que no hay que tocar. Escucha, no sé a dónde me lleva
esto, no sé si es una buena idea. Soy princesa, quizá algún día emperatriz.
Tengo poder, pero también muchas responsabilidades. Tengo que pensar más en el
imperio que en mí misma, y este tipo de travesuras es algo que no podré
permitirme durante mucho tiempo. Y tú… tú eres un soldado, que podría morir en
cualquier momento, alguien a quien, por mucho que me gustaría, no puedo
presentar ante la corte como mi prometido. No sé qué pasará, quizá actuaremos
como si nunca hubiera pasado, o quizá, quizá algún día me des un hijo, pero no
quiero pensar en ello. Lo único que quiero es, esta noche, entregarme al único
hombre al que de verdad me ha apetecido enseñarle mi cuerpo y…
Hawk la besó.
Raven se sintió irritada porque odiaba que la interrumpieran, pero ese
sentimiento fue ahogado por la emoción del primer beso. Le respondió, primero
con torpeza, luego con agresividad, colocándose sobre él, dejando que sus sexos
se tocaran. Notó las manos de él por todo el cuerpo, en las caderas, las
nalgas, la espalda, la barriga, los pechos. Gimió. Nunca antes había imaginado
que ella fuera capaz de gemir de esa manera. Hawk separó los labios y la besó
en el cuello. A pesar del agua caliente, a Raven se le puso la piel de gallina.
Luego, fue a por el pecho. Se estaba conteniendo para no gemir, cosa que Hawk
no hacía. Notaba su respiración contra la piel mojada, oía sus gruñidos cuando
se rozaba contra ella… que a todo esto, estaba muy duro, más duro de lo que
había imaginado que sería, como si le hubiera crecido un hueso dentro.
—Déjame verlo
—le dijo, y él se interrumpió. La miró y se le escapó una risa.
—¿En serio?
—Déjame
verlo, te digo —insistió ella, y él se incorporó. Sintió algo extraño cuando
ella pudo ver su miembro, esta vez en plena erección, y se le escapó una mirada
que, estaba seguro, era de miedo.
—¿Se supone
que… tiene que ser tan grande?
—No es tan
grande —aseguró Hawk, quien estaba cada vez más convencido que, a pesar de su
agresividad, la princesa era virgen. La forma en que lo miraba con fascinado
interés era adorable. De repente, le plantó un beso en la punta. Hawk se
estremeció. Lo besó una vez más, y otra, y luego lo lamió, e intentó meterlo en
su boca. Hawk dio un respingo al notar los dientes.
—Esto no me
cabe en la boca —se quejó ella, quien no estaba segura de por qué quería
hacerlo. La primera vez que le habían hablado de las felaciones, lo había
encontrado repugnante, pero ahora, por alguna razón, quería notar ese enorme
bulto en la boca y oír las reacciones de él. Se tuvo que contentar con lamerlo
un poco más, algo a lo que Hawk no puso impedimento alguno. Pensó: “aquí estoy,
con la polla metida en la boca de la princesa Raven de Bramia. Desde luego no
me he levantado esta mañana sospechando que esto podía pasar”.
La dejó jugar
y toquetear durante unos minutos hasta que dijo.
—Raven.
—¿Mmm?
—Ponte de
pie.
Raven lo hizo,
y él se agachó. Frente a frente con sus caderas, Hawk vio el moratón y lo besó
con suavidad, a lo que Raven respondió con una caricia en su pelo. Luego, la
agarró por las nalgas y tiró de ella, de modo que la cabeza le quedó entre sus
muslos. Aunque él tenía más experiencia que ella, nunca había intentado hacer
eso, pero supuso que no había razón para no hacerlo. Raven, inexperta pero no
tan inocente, contuvo el aliento mientras Hawk la tocaba con los dedos. Era
placentero, desde luego, pero nada extraordinario, estaba pensando, hasta que
sintió la lengua. Chilló. Solo durante el segundo que tardó en ponerse una mano
en la boca, pero chilló de verdad, tomada por sorpresa. Raven se había
masturbado alguna vez, sabía lo que era un orgasmo, pero aún así, nunca había
sentido nada igual. Era… potente. Muy potente. Notaba que le fallaba la fuerza
de las piernas, que una pequeña parte de ella quería que se detuviera para
poder recuperar la compostura. Los gemidos se le escapaban entre los dedos, incontenibles,
y los ojos se le cerraban a pesar de que quería seguir viendo el rostro de Hawk
quien, desde esa perspectiva, parecía no estar haciendo nada, el muy ladino.
—Basta, por
favor… —gimió. Hawk no hizo caso, embriagado por el poder que tenía sobre ella,
y le puso más empeño. Raven sintió que se derretía, y tuvo su primer orgasmo de
la noche. Él no le dio tregua, y siguió. A pesar de lo placentero que era,
Raven odiaba ese sentimiento de indefensión.
—Ba… basta…
¡que basta, cojones! —le metió un golpe en la frente con el canto de la mano.
Dolorido, Hawk desistió.
—Pero si te
gustaba. Me estabas apretando la cara contra…
—¡Ya, ya lo
sé! ¡Ha estado muy bien pero… ya basta! —Raven estaba enfadada. Lo miró a él
desde arriba, con esa sonrisita orgullosa que la sacaba de quicio y le parecía
adorable a partes iguales. Por su parte, él tenia una perspectiva deliciosa del
cuerpo de ella, y esa cara enfadada empezaba a ser menos temible y más
entrañable.
“Ahora vas a
ver” pensó Raven, y se puso sobre él, pegando sus cuerpos el uno al otro. Hawk
comprendió lo que buscaba, y la ayudó a colocarse. Raven contuvo un gemido al
notar un dedo dentro de ella.
—Vale, creo
que estás lista —dijo él. Se acomodó, sostuvo a Raven por el trasero, y la dejó
deslizarse hacia abajo.
Raven sintió
una punzada de dolor. Aunque intentó ocultarlo, sus ojos la traicionaron.
—La primera
vez suele doler —le dijo Hawk, comprensivo.
—¡Ya lo sé,
nadie te ha dicho que te detengas! —dijo ella de mal humor— ¡Pero te repito que
eso es muy grande!
—Y yo te
repito que no es así. Míralo de este modo, la cabeza de un niño es más gruesa,
pero pasa, ¿no?
—¡No compares
esto con un parto! —rezongó Raven, que por otro lado apreciaba que Hawk
intentara distraerla. En esos momentos notaba más dolor que placer, pero no se
le pasó por la cabeza desistir. Con paciencia y lentitud, acabó por entrar.
Para entonces, el placer le estaba ganando terreno al dolor y cuando Hawk
empezó a embestirla, el dolor desapareció. Las caderas de ambos empezaron a
moverse, y tardaron un poco en lograr sincronizarse. Para cuando lo hicieron,
Raven ya había olvidado que estaba intentando devolverle la pelota a Hawk, y
estaba disfrutando el momento. Todo salió de su cabeza. Los asuntos de estado,
los problemas familiares, la eterna instrucción, el tener que mantener la
guardia alta a todas horas… en su cabeza solo estaba Hawk y el momento que
estaban compartiendo. Lo miró. Tenía los ojos cerrados mientras la abrazaba con
fuerza. Sería maravilloso poder hacer eso todos los días…
—Para —dijo
de pronto, y su cuerpo protestó.
—¿Te duele? —preguntó
él, preocupado.
—No, eh… —había
sentido algo, algo peligroso. La lujuria era una cosa, pero el afecto… no
importaba cuanto le gustara, no podía amar a Hawk. No podía permitírselo. No
con el tipo de vida que estaba destinado para ella. Maldita sea… el poder de
decidir el destino de un imperio, pero no poder elegir amar—. Estoy un poco
incómoda así —mintió, pero por la cabeza le había pasado la idea de dejarlo
todo ahí, echar a Hawk antes de que sucediera algo irreversible. Pero todo en
ella, desde su cuerpo hasta su corazón, se había rebelado contra la idea. No.
Quizá renunciaría al amor, pero no iba a renunciar a esa noche. Por nada.
—Si no estás
cómoda, puedo sugerirte otra posición.
—Te escucho.
—Ponte en
pie…
Hawk hizo que
Raven se apoyara con las manos en el borde de la tina, y se colocó detrás de
ella.
—Podríamos ir
a la cama a hacer esto —dijo ella—. Así cogeremos frío.
—La dejaremos
empapada —Hawk tanteó y se colocó en posición—. Tranquila, acabaremos pronto.
Embistió.
—¡Hijo de
puta!
La había
engañado. Él debía saberlo, pero ella, virgen inocente, no tenía ni idea de que
en esa posición la penetración era mucho más profunda. La tenía bien agarrada
por las caderas y la embistió sin compasión.
—¡Voy a… voy
a…! —intentó amenazarlo, pero la sensación era demasiado fuerte. Intentó
revolverse, pero el cuerpo se le rendía. Las piernas apenas podían sostenerla
en pie, los brazos se le doblaban, y los gemidos se le escapaban de forma
incontrolable. Dejó de luchar.
—Más… ¡más
fuerte, joder!
Hawk aceleró.
A Raven ya no le importaba nada, lo único que quería era ese placer, que el
mundo se detuviera en ese instante. Soltó las riendas con las que se sujetaba a
sí misma, y por un segundo, perdió… no, renunció al control sobre su vida. Su
espalda se arqueó y saboreó el potente orgasmo. Sin apenas fuerzas, se giró
para intentar ver la cara de Hawk, quien llevaba un rato gimiendo con fuerza.
Entonces, se quedó en silencio mientras sus empujones se hacían irregulares y
espasmódicos, y se detuvo lentamente con un profundo suspiro de satisfacción.
Hubo un
silencio, roto por los jadeos de los dos. Raven lo rompió.
—Me acordaré
de esto —gruñó ella.
—Yo también —respondió
él.
Se tumbaron
los dos en la colcha de la cama. Hawk acariciaba los mechones húmedos de Raven,
quien estaba rehuyendo su mirada.
—¿Quieres que
me vaya?
Ella no
respondió.
—Mira, lo
entiendo. Tienes tus responsabilidades y no soy un buen partido. Mañana por la
mañana, será como si esto no hubiera pasado. Esta noche no volverá a repetirse.
Me lo has dejado claro y la verdad es… que duele, pero está bien…
—¿Tú quieres
irte? —preguntó ella, de pronto, pensando que igual Hawk había perdido todo
interés en ella.
—¿Bromeas?
Podría quedarme aquí toda la vida. ¡Eres la princesa Raven! No me interesa ser
emperador, o noble, pero conquistar a una mujer como tú es como cazar a un
dragón. Como plebeyo o como noble, me casaría contigo sin dudarlo un momento.
—Hawk… —Raven
habló porque tenía miedo de oír más. Lo sentía. Se estaba enamorando. Con cada
palabra que oía, se hacía más fuerte. En algún momento, perdería el control
sobre esa emoción. Y no habría vuelta atrás.
Lo miró a los
ojos.
—Vamos a
quedarnos juntos hasta el amanecer, y hasta entonces, haremos lo que el corazón
nos diga. Cuando salga el sol… volveremos a ser princesa y soldado. Nunca,
jamás, admitiremos siquiera que esto ha ocurrido. ¿Entendido?
Había duda en
sus ojos. Hawk, a su pesar, se aferró a una esperanza y dijo simplemente:
—Sí —y la
besó con ternura.
Hawk despertó
al amanecer. Raven había dejado ya la cama, y no había rastro de ella. La
chimenea se había apagado, el agua de la tina se había enfriado. Entre los
dedos, notó que algunos cabellos negros y largos habían quedado atrapados. Los
apretó con fuerza y luego los dejó caer sobre la cama.
La noche
nunca se repitió. Hawk y Raven hicieron ver que no había sucedido nada, y su
relación fue meramente profesional, a pesar de las veces que se pillaron
mirándose en la distancia. Si todo hubiera seguido igual, quizá nada habría
cambiado. O quizá algún día Raven habría renunciado a todo aquello para que la
habían criado y se habría fugado con Hawk, o quizá se habría enfrentado a la
nobleza para convertirlo en su marido ante todos.
Sin embargo,
tan solo dos meses después de esa noche, se produjo un golpe de estado. Hawk,
leal a Raven y a su padre, fue asesinado y Raven, ejecutada en público. No se
vieron antes del final. Aún más tarde, Raven regresó a la tierra de los vivos
consumida por el odio hacia los traidores y por la pérdida de su hermano, con
un cuerpo muerto que ya no habría podido reaccionar al tacto de los dedos de
Hawk. El amor dejó para siempre de ocupar un lugar en su mente.
Sin embargo,
el recuerdo de Hawk nunca abandonó su corazón.