lunes, 30 de enero de 2023

(ProyectoPMP) Quinto capítulo, de dinero robado y nuevas oportunidades.



—Me preguntaba si te animarías a venir.

           Bankiva cruzó la puerta que el sirviente había abierto para él. No dijo nada, los ojillos fijos en Samanta, sentada en su escritorio.

            —Ponte cómodo. Como si estuvieras en casa.

            El gallo saltó y se plantó frente a ella, sobre la mesa. El breve vuelo mandó por los suelos algunos papeles, pero la mujer no perdió la sonrisita.

            —Sabes por qué he venido.

            —Lo imagino. Supongo que piensas que he tenido algo que ver con el asunto de vuestras ganancias.

            —¿Cuándo fue que mencionasteis que nos ibais a confiscar de inmediato todo lo que ganáramos? —preguntó Bankiva, tratando de controlar su rabia.

            —Woodrow ha actuado por su cuenta, te lo prometo.

            —¿Esperas que me crea eso? Estáis juntos en esto. ¿O no fuiste tú la que nos puso la Marca de la Muerte?

            —Escucha, pajarito —Samanta se movió hacia adelante para hablar a Bankiva cara a cara. No sonreía, pero su tono era amable—. Quitaros ese dinero ha sido muy estúpido. Sí, es verdad que espero tener un beneficio a costa de vuestro trabajo, pero también sé que tenéis gastos que cubrir. Si hubiera sabido lo que planeaba, os habría avisado. Por mi parte, tengo más que perder si vosotros estáis enfadados. ¿Cómo se lo han tomado tus amigos?

            —El mapache se ha hecho una bola en un rincón y se ha puesto a gimotear. El panda ha venido conmigo al ayuntamiento, pero los matones del alcalde no nos han dejado verlo. Ahora está en el gremio, intentando buscar una manera de financiarnos de nuevo sin tener que pagar aún más intereses.

             A su espalda, el sirviente regresó y dejó un platito sobre la mesa. A Bankiva se le pasó el enfado durante unos segundos. Era una mezcla de cereales que podía parecer poca cosa a ojos humanos, pero a él se le antojó irresistible. No se había dado cuenta cuando ya había dado el primer picotazo.

            —Maldito instinto... —murmuró, molesto.

            —No lo he envenenado —rio Samanta—. No es más que una cortesía.

            —No quiero cortesías, quiero nuestro dinero —protestó el gallo con el pico lleno de deliciosos cereales.

            —Tómate esto como una lección. Wood row es un sucio cerdo avaricioso al que le gusta recordar a los demás el poder que tiene. Posee la autoridad y los contactos para confiscar todas vuestras ganancias. Por eso, tenéis que esconder vuestro dinero nada más completéis vuestros encargos. Ya te advierto que tampoco estará a salvo en ningún banco, y es lo bastante ruin como para contratar matones para que os lo quiten por la fuerza.

            —¿Hace esto con otros? ¿Qué hay de Joao?

            —Solo con los débiles. Ni siquiera Woodrow es tan estúpido como para intentar robar a un matadragones. Especialmente si es Joao. No llegaría vivo al siguiente amanecer. Mira, piensa que el dinero que os ha quitado cuenta para liquidar vuestra deuda, así que no lo habéis perdido. Sí, ya sé que debéis intereses al gremio —añadió cuando Bankiva abrió el pico para protestar—, en eso tendréis que buscaros la vida. Por otro lado, tengo algo para tí como signo de buena voluntad.

            —¿Más maíz? —preguntó sarcástico el gallo.

            —Una inversión. Como ya he dicho, a mi también me conviene teneros contentos.

Samanta se sacó dos de los numerosos anillos que llevaba y los puso sobre la mesa frente a Bankiva.




            En el campanario más alto de la ciudad había una gata negra sesteando y tomando el sol sobre una gárgola. Las palomas que vivían en esas cornisas la miraban con desconfianza y cuchicheaban, creyendo que no podía oírlas, pero la gata lo escuchaba todo desde el reino de los sueños. También oyó las poderosas pisadas que en el mundo terrenal eran susurros inaudibles. Los pájaros fueron tomados por sorpresa cuando la gran forma de Joao apareció por el hueco de la campana. Localizó a la gata y se tumbó al lado de la gárgola, contemplando la ciudad a sus pies.

            Los ojos verdes de la bella durmiente se abrieron. Bostezó, se estiró y se lamió una pata.

            —Llegaste tarde.

            —No recuerdo que hubieramos quedado a una hora en particular —respondió Joao con tranquilidad.

            —Si no respondés de inmediato a mi llamada, llegás tarde —sentenció la gata. Se frotó la cara con la pata—. Enhorabuena por cazar por fin a Xenos. ¿Querés ayudarme ahora con mi asunto?

            —Sabes que no me interesan los fantasmas, Denise. Supongo que lo que quieres es mi opinión sobre Abrojo.

            —¿Fueron una ayuda, o fueron un estorbo?

            —Xenos se habría escapado otra vez si no me hubieran ayudado. Tienen mucho que aprender, pero puedes llevarte una sorpresa si consientes que te acompañen.

            —Un mapache guerrero. No tiene peso ni fuerza.

            —Aprendió Arremetida después de verme a mí usarla una sola vez.

            Denise sacudió la cola.

            —¿Qué hay del panda? Oí que de todos los osos son los más inútiles.

            —Y sin embargo comprendió el maná de Xenos lo suficiente como para imitar su fuego. La magia de dragón no es fácil de dominar, según tengo entendido.

            Denise meneó una de sus orejas.

            —¿Y qué tiene el pollo? No es más que un ave de corral.

            —Su Provocación funcionó en Xenos. Incluso si estaba herido, la fortaleza mental de los dragones es notable.

            La gata agitó la cola una vez más.

            —¿Están disponibles?

            —Están teniendo problemas con el alcalde. No tienen fondos para salir de expedición.

            —Ese pelotudo siempre rompiendo las bolas. Y a mi se me acaba la guita con todo este quilombo.

            —Pero la recompensa había subido bastante.

            —Che, 70.000 coronas. Pero no veré ni una si no sacamos a esa mina loca de su castillo. Me lo estudiaré.




            Azeban estaba sobre el mostrador del Gremio de Aventureros con Elena acariciando lentamente su cabecita para consolarlo. Mian Hua estaba masticando un trozo de bambú, regalo de la casa. Los crujidos sonaban fuertes en el ambiente incómodo de la sala principal. Las conversaciones eran pocas y susurradas.

            Bankiva entró por una ventana abierta.

            —Al menos regresas vivo —lo saludó Mian Hua, alicaído— ¿Has conseguido algo?

            —Niega que lo supiera. ¿Qué tal por aquí?

            —No tuvimos tiempo de devolver el préstamo del gremio y no nos darán más hasta que liquidemos la deuda.

            Bankiva gruñó. Notó que alguien le tocaba las patas y vio que Azeban estaba examinando los anillos de Samanta que ahora llevaba puestos en los tobillos.

            —Me los ha regalado —explicó al curioso mapache.

            Elena acercó la cara y se ajustó las gafas.

            —Son anillos de Guth, ¿no? Crean bolsillos dimensionales para llevar contigo objetos ocultos con facilidad.

            Varias decenas de orejas se ensancharon al oír esas palabras.

            —En uno hay un arco corto y en el otro flechas —aclaró Bankiva—. Estoy seguro de que los ha trucado de algún modo, pero no estamos como para decir que no a algo tan práctico.

            Mian Hua los observó de cerca.

            —Estaban en el catálogo de la tienda. Solo se venden por encargo porque son muy difíciles de fabricar. Hay pocos artesanos capaces de hacerlo, y tiene que pasar muchos controles.

            —La magia espaciotemporal no es ninguna broma —confirmó Elena.

            Bankiva bostezó.

            —¿Intentáis decir algo, o...?

            —Uno solo puede valer más de 15.000 coronas.

            Silencio.

            —Ahora vuelvo —Bankiva saltó del mostrador, pero Azeban lo cogió por la cola.

            —Quieto parado —Mian Hua ayudó al mapache a detener al avaricioso gallo.—. Tú mismo has dicho que no podemos prescindir de algo tan práctico. Y nos conviene estar de buenas con Samanta.

            —¡Calla! ¡Deja de ser razonable! —lloriqueó Bankiva, quien se retorcía en vano.

            —Vamos, vamos —trató de consolarlo Elena—. Ahora ya tenéis algo de experiencia y equipo para un encargo fácil. Os podéis recuperar de ésta.

            —¡No quiero encargos fáciles! —se quejó el gallo con Azeban acariciando su lomo cariñosamente—¡Quiero salir cuanto antes de este embrollo! ¡Quiero...!

            Una hoja se deslizó por el mostrador hacia Abrojo. Las cinco cifras en la parte baja llamaron la atención de todos.

            —... algo como eso, gracias —acabó el gallo—. ¿Cuánto es?

            —70.000 coronas —respondió Mian Hua, atónito. Alzó la mirada y se encontró con unos pequeños ojitos verdes rodeados de pura oscuridad.

            —¡Oh, Denise! —saludó Elena, encantada—¿Puedo acariciarte hoy?

            —No.

            —Otro día será —fue la despreocupada respuesta—. ¿Vas a intentarlo otra vez?

            La gata se sentó y examinó lo que tenía delante. No parecía demasiado impresionada.

            —Vamos, léanlo —les ordenó a los animales. Mian Hua acercó el hocico al anuncio.

            —"Se precisa de forma inmediata la expulsión de los espectros que maldicen el castillo de Astaramis". Parece que la recompensa inicial eran solo 10.000 coronas. ¿Cómo ha subido tanto?

            —La mina que quiere librarse de los fantasmas es muy adinerada y se está impacientando. Piensa que es una cuestión de echarle más tela al problema. Diría que es mejor para nosotros, pero el asunto ya me tiene harta a mí también.

            —"¿Tela?" —preguntó Bankiva.

            —Dinero —aclaró Mian Hua—. ¿Nos pides que vayamos contigo?

            —Me estoy quedando sin opciones —admitió Denise de mala gana.

            Mian Hua miró de reojo a sus compañeros, a quienes les brillaban los ojitos.

            —Estamos pasando por un mal momento. No tenemos dinero para equiparnos para luchar contra fantasmas.

            —Ya tengo eso cubierto. Lo único que tienen que hacer ustedes es ayudarme a abrirme paso. Les contaré los detalles si aceptan. Mis condiciones son que me quedaré con 50.000. El resto para ustedes.

            —¡Anda ya! —saltó Bankiva— ¡Eso nos deja con menos de un tercio!

            —Es más que suficiente para carne de cañón. Lo toman o lo dejan.

            —¿Y qué tal si cogemos nosotros el encargo y lo hacemos solos, eh? ¡Comparado con Xenos, esto...!

            —Calma —sugirió Mian Hua—. Si ella se encarga del equipo nos ahorrará mucho dinero, y ella parece veterana. Dicho esto... ¿podrías aumentar nuestra tajada a 30.000? Sigue siendo menos de la mitad.

            —No —respondió Denise, cortante. Sacudió la cola—. Pero si tenemos éxito, puedo añadir a vuestra recompensa el conocimiento necesario para mantener vuestra guita a salvo del pendejo del intendente.

            Silencio.

            —¿Qué ha dicho? —preguntó Azeban muy bajito a Elena, aunque todos lo oyeron.

            Denise puso los ojos en blanco.

            —Os diré como poner vuestras ganancias donde el alcalde no pueda tocarlas.

            Los tres intercambiaron miradas. El gallo miró a Elena.

            —¿Es buena?

            —Es la mejor exorcista que tenemos en el gremio —confirmó la chica—. Os recomiendo que aceptéis. Y si no, no toméis este encargo. Nos ha costado el resto de exorcistas que teníamos.

            El gallo defecó.

            —Están en el hospital —aclaró Elena, tratando de tranquilizarlos—. Algunos han dimitido, también es verdad...

            —¿Aceptan o no? —cortó Denise viendo que Elena no ayudaba. Con todo, la última oferta de la gata les había parecido muy tentadora y era mucho más de lo que tenían hacía cinco minutos. El contrato fue firmado con esas condiciones. A sus espaldas, los aventureros organizaron apuestas sobre el éxito de esa misión. Solo tres de cada diez tenían fe en su victoria.

lunes, 16 de enero de 2023

(Proyecto PMP) Cuarto capítulo, de caza mayor y crecimiento personal

 

El rugido reverberó en la cueva y golpeó sus paredes como una ola. Cuando Joao y Bankiva acudieron a la entrada, Azeban corría hacia el interior con un par de hileras de dientes justo detrás de él y entre ellas el amenazador resplandor del fuego.

Joao se movió tan rápido que Bankiva casi fue arrastrado por la estela. Su musculoso cuerpo golpeó la quijada de Xenos al tiempo que la lanza sobre sus ancas era propulsada como una bala de cañón. La bocaza y la llamarada que traía consigo fueron desviados hacia el aire del exterior.

La técnica se llamaba Arremetida y normalmente los guerreros que la usaban necesitaban un escudo. A Joao le había bastado con su poderoso físico para llamar toda la atención de Xenos, que emprendió el vuelo para ganar distancia, pero el gato se aferró a sus escamas y fue arrastrado al cielo con su presa.

Abrojo se reunió y miró con impotencia desde el suelo. El plan se había ido al garete: se suponía que ellos iban a distraer al dragón para dejar que Joao lo pillara desprevenido. Bankiva y Azeban se miraron, incómodos.

—¿Alguna idea?

Mian Hua notó un cambio en el flujo de maná.

—Está haciendo algo.

Xenos estabilizó su vuelo y se arrojó en picado. Su estela brilló con el estallido de miles de chispas entre volutas de vapor. Los tres gritaron al ver como Joao se soltaba desde una altura mortal de necesidad, justo antes de que una llamarada cubriera por completo al dragón, de morro a cola, como un bólido. Corrigió su rumbo justo antes de tocar el suelo y se elevó de nuevo, dejando atrás las llamas como una fugaz muda de piel. Su picado había sido tan rápido que había dejado atrás al jaguar, quien se retorcía impotente en el aire.

O eso parecía.

El furioso dragón dio la vuelta para pillar a Joao antes de que llegara al suelo. Quizá pensara que, como gato y además guerrero, la caída no bastaría para matarlo. Su lanza seguía ahí, anclada en las férreas escamas de su pómulo.

Joao sacó las garras. La boca del dragón estaba lo bastante cerca como para distinguir los hilos de saliva en su garganta.

Lo que no sabía Xenos era que la lanza no era un arma de un solo uso, sino un artefacto mágico recuperable. Joao ordenó la retracción de su arma y el tirón, en lugar de devolverle la lanza, lo propulsó hacia ella. Se movió en línea horizontal, rebasó los dientes y se volvió a agarrar al frustrado dragón. Sus garras dejaron una gran marca en su quijada.

—Parece que lo tiene todo controlado —comentó Bankiva.

—De eso nada. Piensa en una manera de ayudar —lo riñó Mian Hua.

—Piensa TÚ en una manera de ayudar. ¿Qué esperas que haga contra una armadura tan gruesa?

—Yo ya tengo una idea y no te va a gustar. Luego no digas que no te he dado una oportunidad.

—¿Ah, sí? A ver ese plan.

—Está herido, eso lo sabemos. Si nos acercamos lo bastante, podemos atacarlo ahí donde le duela. Puedo lanzar a Azeban para que se encargue, pero el dragón tiene que acercarse. Y tú eres un pícaro... —Mian Hua movió la zarpa indicando al gallo que atara los cabos. Azeban no parecía entender a qué se refería el panda y ladeó la cabecita. Bankiva erizó las plumas.

—¿Quieres que sea el cebo?

—Seamos realistas, eres el más sabroso de los cuatro. Y sé que Provocación es una habilidad básica de tu clase.

—¡Sí, sé usar Provocación! ¡Eso no significa que sea buena idea!

—Por eso te digo que escucharé la alternativa que propongas, pero cuanto más tardes en decidirte, menos posibilidades hay de que podamos ayudar a Joao. Si él la palma, te puedes olvidar del dinero.

El gallo miró al dragón, que a sus ojos era una versión de sí mismo infinitamente superior. No se le ocurría nada mejor, Joao ya les había advertido que el viento de Mian Hua no iba a derribar del cielo a una criatura que volaba entre tormentas.

—Oh, vale, está bien. Preparaos, porque no me voy a quedar quieto esperando que me ase el trasero.

El gallo se colocó en un montículo cerca de la boca de la cueva, con la idea de usarla como refugio. Inspiró aire, defecó. Expiró, trató de controlar el temblor de sus patas. Inspiró de nuevo.

—¡Eh, dragón! ¡Culo escamoso! ¡Tu madre era una lagarta!

La habilidad Provocación consistía en bastante más que gritar obscenidades al objetivo. Había todo un conjunto de movimientos calculados repletos de mensajes subliminales que activaban las ganas de matar de aquel que estuviera en el punto de mira del pícaro. Por eso Xenos, que de otro modo no habría prestado atención a un insignificante pájaro teniendo ya su tiempo completamente ocupado por un enorme gato, giró la cabeza hacia Bankiva con una mirada que podía perforar montañas.

—Aquí viene. ¿Listo?

Azeban mantenía el equilibrio sobre la vara de bambú de Mian Hua.

—¡No estamos aquí por tu pellejo barato, venimos a matarte porque te lo mereces, pringado! ¡Ven si tienes... OH MIERDA!

Xenos se lanzó en picado a por el gallo con llamas brotando entre sus dientes cerrados. Bankiva revoloteó a toda prisa hacia la relativa seguridad de la cueva. Mian Hua apuntó...

El dragón no abrió la boca. Resopló con fuerza por la nariz y expulsó una bola de fuego, más pequeña que su aliento, pero mucho más rápida. Demasiado para evitarla. Lo último que vieron el panda y el mapache fue la aterrada expresión de Bankiva antes de que la bola explotara en enormes llamaradas. No tuvo tiempo de ponerse a salvo.

—¡Ban!

Mian Hua oyó el gritito desesperado del mapache justo antes de propulsarlo, primero con su fuerza, y luego con una poderosa ventolera que lo arrojó directo al dragón mientras todavía estaba lo bastante bajo. Azeban se agarró a la escamosa pata trasera y sintió el vértigo del vuelo como pocos en su especie experimentan nunca. Salvo quizá si tropiezan al lado de un barranco.

Estaba aterrado. No quería estar ahí. Quería volver a casa. Tenía miedo. Tanto miedo. Todo a su alrededor era horroroso. Lo hacía...

Enfadar.

Sus manitas se aferraron con determinación a las escamas. Joao se percató de su presencia, pero no Xenos, quien lo veía como algo indigno de atención. Trepó por la pata, su nariz olfateando con frenesí, buscando. Quería darle una paliza a esa lagartija voladora, pero no podía penetrar esas escamas de acero con su pequeña hachuela. ¿Donde estaba la herida?

El olor de la sangre y la podredumbre eran lo bastante fuertes como para poder captarlos incluso en esa ventolera. Ahí, en la axila de la pata delantera.

Xenos estaba expulsando chispas. Parecía querer repetir la estrategia anterior. Azeban no tenía forma de defenderse de eso...

Joao hizo una pirueta que debió desafiar varias leyes físicas. En el pequeño instante que estuvo separado de Xenos, accionó su lanza, pero no fue una pequeña punta lo que alcanzó al dragón. Mian Hua vio desde el suelo como si un ariete con la misma forma que el arma del jaguar se manifestara en el aire, solo durante un instante, el tiempo suficiente como para darle un mamporro impresionante a Xenos y aturdirlo para evitar que se cubriera de fuego. Después de esa demostración de la habilidad Espíritu de Guerra, Joao volvió a aferrarse, muy cerca de su ojo.

Azeban se arrastró por la gran barriga, hacha en mano. Podía verlo. Xenos tenía clavado un alargado proyectil metálico, grande como una lanza. Sangraba un poco y estaba rodeado de sucio pus. Se relamió, se impulsó y golpeó el costado de la barra. El chillido de Xenos podría haber partido el cielo. Su vuelo, controlado hasta entonces a pesar del forcejeo con Joao, se desestabilizó. Su pupila furiosa se giró hacia el brazo, pero ya era tarde. No había sido capaz de alcanzar ese arpón para arrancárselo y Azeban estaba justo en ese punto flaco, y no había hecho más que empezar. Asestó otro golpe, esta vez al otro lado. Y otro. Y otro. Con cada ataque perdían más y más altura. El mapache agarró fuerte el hacha y potenció su fuerza todavía más con una habilidad de berserker que más tarde iba a darle una terrible jaqueca. Apuntó al extremo de la lanza para hundirla aún más en la herida. El ala de ese lado pareció agarrotarse y cayeron en espiral varias decenas de metros.

Joao ya no era el centro de atención de la bestia, y lo aprovechó para colocarse en su cuello, justo en la nuca. Ahí, en la raíz de los cuernos, había un hueco que permitía el movimiento de la cabeza sin que las escamas rozaran entre ellas. Pequeño, no más ancho que una cabeza.

Joao atacó.

El forcejeo se detuvo. Xenos, Azeban y Joao cayeron a plomo.

—¡A él!

El jaguar gritó a Mian Hua, que ya tenía el hechizo preparado. El furioso mapache vio su caída amortiguada por una viento huracanado que lo mantuvo estático a una altura de menos de cinco metros de la que cayó con poca gracia, pero sin daño. Joao aterrizó por sí mismo, a toda velocidad. La caída fue algo aparatosa, pero acabó en pie y sin apenas nada que no fueran magulladuras. Mian Hua casi perdió el equilibrio con la caída de Xenos. Azeban fue corriendo a seguir cosiéndolo a hachazos, aunque el punto débil ya no estaba expuesto. Se dedicó a aporrearle el pómulo, causando un sonido parecido al martilleo de un herrero sobre su yunque.

—¡Ban!

Mian Hua entró en la cueva sin muchas esperanzas de encontrar algo que no fuera un pollo asado. Miró a un lado, luego al otro... se quedó quieto, los ojos fijos.

Fuera, se oían todavía los golpes.

—Vamos, ríete.

—No, no...

Bankiva estaba vivo y en buen estado de salud. Pero no se podía decir que estuviera intacto.

—Te mueres de ganas. Vamos. Ríe, que es sano.

Mian Hua tenía una soberbia cara de póker, pero sentía los espasmos en el pecho.

—Que va, hombre. Me alegro de ver que estás vivo. Eh... ¿tienes frío?

—Ah, qué gracioso eres. Podría reírme, pero por alguna razón no tengo ganas.

—No, de verdad... es que estás...

Mian Hua pensó que decir “desplumado” era peligroso. El fuego no había perdonado ni una sola pluma, a excepción quizá de las que estaban protegidas por su peto. La piel de Bankiva parecía irritada, pero aparte de pequeñas quemaduras de primer grado, parecía indemne.

—Es igual. Te prepararé una poción. Vamos fuera, ¿sí?

Cuando Azeban vio al gallo vivo, su furia de berserker se desvaneció al instante y corrió a abrazarlo, cosa que Bankiva no agradeció mucho sobre su sensible piel. Se quedaron mirando el cuerpo del dragón.

—No puedo creerlo. ¡Hemos abatido a un dragón!

Joao estaba examinando la herida de la axila.

—Llevaba este arpón clavado desde hace mucho tiempo. Puede que eso explique por qué sus ataques eran tan virulentos. Estaba furioso.

—Bueno, pues eso se acabó —Bankiva correteó hasta la cabezota y picó con saña la nariz de Xenos—. Ya no eres tan duro ahora, ¿eh? ¿Eh?

El ojo del dragón se abrió. Bankiva retrocedió y se colocó a la espalda de Mian Hua, quien no pareció tan sorprendido. El flujo de maná de Xenos se había debilitado, pero no se había detenido.

—¿Por qué no está muerto? —chilló Bankiva.

—Mi ataque no ha sido certero —se disculpó Joao—. Demasiado traqueteo. Pero no podrá moverse después de esa caída. No durante al menos unas horas.

—¿Lo entregamos vivo? —preguntó Mian Hua.

—No.

La tierra había temblado. Los tres que conservaban pelaje notaron que se les ponía de punta. A Bankiva se le puso la carne de gallina más aún si cabe. La voz de Xenos era poderosa como un río embravecido.

—Dadme muerte. No volveré.

No parecía la voz de alguien al borde de la muerte.

—¿No volverás?

—A su tierra —explicó Joao—. Las Cordilleras Negras. Los que pusieron la recompensa por su cabeza fue su clan de nacimiento. ¿Os acordáis? Xenos es un renegado.

—De todos modos no podemos retener algo tan grande —dijo Bankiva.

—¿De verdad prefieres morir a regresar? —preguntó Mian Hua al dragón.

El dragón resopló. Su aliento estaba caliente como el interior de un horno.

—¿Me has oído? No tenemos más opciones.

—Sí. Podríamos dejarlo ir.

Joao levantó una ceja, intrigado. El gallo se puso lívido.

—¿Que lo dejemos ir después de lo que ha costado reducirlo? ¿Qué pasa contigo?

—Yo sé que no quiero volver al lugar del que hui. ¿Volverías tú a tu granja?

—¡Claro que no!

—Puede que él tuviera una buena razón para irse.

Bankiva estaba atónito por lo que oía. Joao habló.

—Los humanos llaman a esto “empatía”. Muchos animales la experimentan ya. El habla no es lo único que hemos ganado en estos últimos siglos.

—Bien. Dejémoslo ir. ¡Volvamos con las zarpas vacías! —chilló Bankiva— ¡Volvamos a nuestra muerte segura!

—¡Es lo más bonito que he visto nunca, ¿vale?! —gritó Mian Hua, asustando un poco al gallo— ¡Es bello! ¡Y no me gusta la idea de destruirlo! ¡No he dejado de entender nuestra situación, solo... solo déjame asimilarlo un poco!

—¡Dadme muerte! —exigió Xenos, cansado de la discusión.

Azeban se acercó a Mian Hua y le acarició la rodilla (no llegaba más alto) para reconfortarlo.

—Está bien, está bien, no sé... no sé qué me ha pasado.

“Que piensas demasiado” quiso decir Bankiva, pero juzgó mejor dejarlo estar. Era el precio de la inteligencia. No sentía piedad alguna por Xenos, pero no podía decir que nunca le hubiera dado problemas...

—¿Tienes una última voluntad? —preguntó el gallo por impulso. No supo por qué.

Xenos tardó en contestar.

—Sacadme la púa.

—¿Estás seguro? Será doloroso.

—No quiero morir con el cuerpo contaminado por el hierro humano.

No fue fácil arrancar el proyectil. No solo estaba erizado de ganchos, el pus y la sangre habían formado costras duras como la piedra que tuvieron que ser eliminadas por la fuerza. Al final extrajeron una vara de casi dos metros de largo de la herida. Cuando rebotó pesadamente sobre las piedras, Xenos suspiró aliviado y pareció perder la consciencia. Joao trepó el cuerpo y se colocó en su cogote.

Mian Hua se había sentado algo lejos. Azeban y Bankiva se acercaron a él.

—Esto no es un juego —murmuró el gallo.

—No voy a disculparme.

—No necesito que te disculpes, necesito que no dudes. Estamos juntos en esto, y tenemos que mirar por nosotros. Solo nosotros. Nadie más.

El panda abrió los brazos. Azeban aceptó de inmediato acurrucarse bajo uno de ellos. El gallo titubeó.

—Vamos. Sé que tienes frío.

A regañadientes, Bankiva aceptó el abrigo del pelaje del oso. A sus espaldas, oyeron el implacable acero de Joao dando por finalizada la cacería.




Las puertas del Gremio de Aventureros se cerraron a las espaldas de Abrojo. Dejaron atrás el silencio sepulcral de la sala principal y salieron al rumor vespertino de la ciudad. Sus finos oídos captaron como, en su ausencia, los aventureros murmuraban entre ellos, incrédulos por haberlos visto volver no solo vivos, sino exitosos.

No dijeron nada. Por razones diversas, los tres deseaban estar solos, y lo entendían. Se despidieron y quedaron a la mañana siguiente. Bankiva se quedó cerca, anidando bajo una cornisa cercana. Parecía un puercoespín con los cañones de sus plumas ya bien crecidos por todos el cuerpo. Los mamíferos se separaron.


Azeban estaba embelesado. Como guerrero, ver a alguien tan superior había sido inspirador.

Empuñó su pequeña hacha y cortó el aire a su alrededor mientras caminaba solo por las callejuelas.

—¡Espíritu de Guerra, ja!

No le salió, por supuesto. Eran pocos los guerreros que sabían usar esa habilidad, pero Azeban soñaba con poder imitar la hazaña algún día. Salió a una plaza. Guardó el hacha y miró hacia arriba, a la luna casi llena en el cielo claro. Recortada contra su luz, un gallo de metal. Una veleta.

Estiró los tobillos y se puso a cuatro patas. Espíritu de Guerra estaba lejos, pero... se preguntaba si podía imitar lo que había visto. Joao era rápido como una saeta, pero había registrado sus movimientos. Con algo de práctica... quizá...

—¡Arremetida!


Mian Hua, sentado sobre un barril abandonado en un rincón discreto, recordó el maná de Xenos. Poderoso, equilibrado... tan distinto del suyo. Era como descubrir un idioma nuevo. No entendía todas las palabras pero podía interpretar alguna que otra frase suelta. Alzó una de sus garras. No se veía siendo tan poderoso como un dragón, aunque...

Una llamita diminuta brotó en la punta de su uña.


Sobre su cabeza, una sombra cruzó por delante de la luna. A partir de ese día, en las tabernas de la ciudad y más tarde de la comarca los borrachos cantarían animados una canción sobre un mapache y un gallo que bailaban juntos por el cielo bajo la luz de las estrellas.


(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...