viernes, 3 de febrero de 2023

(Relato) La Horda Invencible

 

Una fuerte palmada recorrió el aire frío de los páramos.

Pensaba que no creías en estas gilipolleces, Rodrigo.

Ella sí creía.

La pálida luz de la mañana se reflejaba en las esmeraldas engastadas en el extremo de un cetro de mago clavado al suelo como una estaca. En la tierra blanda y húmeda todavía se retorcían lombrices molestas por haber sido arrancadas de la cómoda oscuridad subterránea.

Corre, y no mires atrás —recitó Rodrigo con voz atronadora—. No te desvíes del camino, pues solo te aguarda el abismo sin fondo. Si tu conciencia es recta, ten fe y los demonios no te alcanzarán. Corre, corre a los brazos de Miadri. En su seno estarás por fin a salvo, por toda la eternidad.

Dio otra palmada. Una de sus manos era morena, callosa y llena de cicatrices. La otra era de madera, semejante a la de una marioneta.

A Gina nunca le gustó huir —comentó el otro hombre.

No soy yo el que ha escrito esta estúpida oración, Adán —respondió Rodrigo, sin romper su postura.

Malditos sacerdotes —el ojo azul de Adán miró el cetro y luego se paseó por las llanuras más allá de la colina. Al otro lado de la cara tenía un parche negro con un ojo rojo bordado, con pupila de gato y enmarcado por párpados de oro—. Nunca me han gustado.

¿Dejarás alguna vez de repetir eso? Además, es mentira. Te llevabas bien con el joven Alexander.

Él era distinto. ¿Cuántos años tendría ahora? ¿Cuarenta? Malditos magos de Curbin...

Hubo un silencio. Se suponía que debía usarse para elevar oraciones (o maldiciones, ¿por qué no?) para el finado, en la privacidad de los pensamientos de cada uno. Adán pensó que si a Miadri le importaba tanto podría mover su divino culo y venir ella misma en lugar de dejar que Gina tuviera que recorrer el camino sola. Ya había luchado suficiente en esta vida.

¿Sabes? Una vez follamos aquí mismo —comentó, rompiendo el silencio.

Rodrigo sintió la tentación de soltar un suspiro exasperado, pero por otro lado esas salidas eran típicas de su compañero.

No me digas. ¿Cuándo?

Justo después del asedio de Ivanovilla. ¿Te acuerdas? Creo que fue la fiesta más gorda que organizamos nunca.

Claro que me acuerdo. Nuestra mejor batalla —se tomó un segundo antes de añadir—. Me acosté con Irina esa noche.

¡Qué cabrón! —exclamó Adán, una media sonrisa en su rostro tostado y arrugado— Nunca quiso saber nada de mí. ¿Como era bajo la cota de malla?

Muchas cicatrices, como todos.

A Adán eso le pareció muy erótico.

Después de todos los espadazos y flechazos que se comió, y al final se mató por una caída. Siempre es igual, siempre nos matan estas tonterías. Pobre Gina... estoy seguro de que el capullo que le disparó se desangró dos segundos más tarde.

Rodrigo bajó los brazos. El de madera se movía de forma un poco errática.

Al menos murió rápido. Bruno...

Dioses, no quiero ni acordarme. Cuatro días. ¡Cuatro!

Silencio.

Lo de mañana sigue en pie, ¿no?

Voy a ir. Tú puedes escaquearte si quieres, Adán.

Iba a decirte lo mismo. Mira, los dos sabemos que es una tontería. Con Gina habríamos tenido una oportunidad, pero ¿los dos solos?

Ah, te ha entrado el miedo.

Mi polla va a entrar en tu boca. Si te matan, puedes esperar que te deje a los buitres, porque no pienso enterrarte, mamón.

¿Y si mueres tú? ¿Quieres estar con Gina?

Este era su sitio preferido, no el mío. Como si me arrojas al corral de los cerdos. Además, si uno tiene que morir serás tú. Los dos sabemos cual es el más fuerte.

¿Qué quieres, pelea?

¿Por qué no? Si lo hago yo mismo, tendrás una muerte rápida.

¿De verdad piensas que puedes ganarme, Adán Ojo de Demonio? Quizá sea el único que queda aparte de ti mismo que sabe lo de tu ojo mágico bajo el parche es una patraña. Ahí no tienes más que un triste agujero.

Y tu brazo no funciona bien desde hace años. ¿Cuántas veces se te ha quedado agarrotado a mitad de una pelea? A mí no me va a hacer caer un viejo manco de mierda.

Se miraron. Los dos iban armados, pero ninguno hizo amago de llevar la mano a su espada o su hacha. Esperaron que el otro hiciera algo, toda la tensión concentrada en sus rostros, pero sus miembros relajados, demasiado para reaccionar a tiempo si el otro decidía moverse.

Joder —murmuró Adán, mirando otra vez al cetro—. Con lo fácil que sería.

No tenemos salida fácil para esto, viejo amigo. Dejemos a Gina descansar. ¿Quién sabe? Puede que podamos volver juntos a verla.

Bajaron la colina en dirección al pueblecito cercano.

Oye, lo de Ojo de Demonio no lo inventé yo, ¿vale? —dijo Adán.

Lo sé, lo sé. Creo que fueron los gemelos.

 

 

Había pasado más de un día desde el funeral de Gina. Un pelotón de soldados del ejército regular entró en el traicionero despeñadero Blanco:

Cojones —se le escapó a uno al contemplar la carnicería entre las afiladas rocas.

Buscad supervivientes —ordenó el capitán—. Si pueden salvarse, capturadlos. Si no, dadles el golpe de gracia.

No había nada que salvar. Los hombres y mujeres que habían formado parte del pelotón invasor habían sido aniquilados a conciencia. Debía haber unos treinta cadáveres, y quizá la mitad de ellos fueran reconocibles.

¿Dónde están los mercenarios de la Horda? —preguntó uno de los soldados.

Se habrán largado cuando han acabado el trabajo. Cobran por adelantado, ¿sabes?

No es para menos. Siempre ganan, y nunca sufren bajas.

¿Nunca? Eso no puede ser.

Eh, es lo que se dice. Y creo que si cualquiera de ellos la palmara nos enteraríamos todos. Ignacio la Mantícora, Bruno el Triturador, Gina la Hechicera Esmeralda... todos conocen sus nombres. Y los Gemelos Asesinos, William la Daga y Jenny la Fantasmal, Rodrigo el Ciclón... Y el Ojo de Demonio —el soldado tuvo un escalofrío.

De ese he oído mucho. Su ojo mágico puede convertirte en ceniza con una sola mirada.

¡Dejad de cotillear, mendrugos! ¡Esto es un campo de batalla!

 

No encontraron supervivientes. Sí se toparon con un viejo brazo prostético mágico, aplastado y astillado bajo una roca, que podría haber pertenecido a como mínimo diez cadáveres distintos. Y bien agarrado en el puño de un muerto con un rictus de terror congelado en la cara había un trozo de tela con un bordado muy bonito si bien algo siniestro, de un ojo rojo con párpados de oro.


(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

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