miércoles, 2 de noviembre de 2022

(Proyecto PMP) 2 Capítulo, de gremios y dragones.

 

Las puertas del Gremio de Aventureros se abrieron de par en par.

La sala principal parecía el interior de una animada posada, bien iluminada por enormes ventanales y con grandes candelabros colgantes, en ese momento apagados. Las mesas ocupaban la mayor parte del espacio, casi todas ya ocupadas por aventureros charlando, discutiendo, jugando a las cartas, almorzando...

El trío atrajo algunas miradas y motivó algunos susurros, pero nadie se interpuso en su camino hasta la mesa de recepción, ocupada por un chico y una chica, ambos veinteañeros. El primero estaba ya ocupado con una pareja de arqueros, así que el gallo se adelantó, revoloteó y se posó sobre el mostrador.

—¡Huy! —soltó la sorprendida recepcionista, una joven con gafas y pelo castaño desgreñado. El mapache trepó de un salto y entre los animales más pequeños asomó el panda, poniendo sus grandes zarpas sobre la madera.

—Buenos días —saludó Mian Hua, amigable.

—¡Buenos días! ¡Ay! —los ojos le brillaron, mirándolos a los tres alternativamente—¡Qué monada!

Los tres miraron alrededor, buscando a los monos de los que hablaba la recepcionista.

—¿Qué necesitáis?

—Venimos a registrarnos como aventureros —dijo Bankiva el gallo.

Los que lo oyeron se giraron en sus asientos. Hasta los arqueros de al lado los miraron.

—Ah... no sé si será posible —respondió con cautela la chica—. Hay ciertos requisitos. Necesitáis estar iniciados en una de las tres clases...

—Soy mago —dijo Mian Hua.

—Pícaro —añadió Bankiva.

—...guerrero —susurró el cohibido Azeban, quien llevaba un sobre lacado entre sus manitas. Se lo tendió a la recepcionista, cuyos ojos se hicieron tan grandes como sus lentes al leer el remitente.

—¿Samanta Guante Gris? ¡La jefa del Gremio de Ladrones!

El gallo miró alrededor con fastidio. Tras horas paseando en busca de comida y trabajo, un pícaro a las órdenes de Samanta los había abordado y transmitido el consejo de que se inscribieran como aventureros, junto a una carta de recomendación que estaba siendo repasada por la entusiasmada recepcionista. Dudaba que fuera un gesto de buena voluntad. Debía ser una manera de conseguir su tajada más rápidamente.

—Pues... está todo en orden —admitió la joven. Sacó tres hojas de pergamino de debajo del mostrador junto con plumas y tinta—. Solo hay que rellenar la ficha de admisión. ¿Sabéis escribir?

Mapache y gallo negaron con la cabeza. Mian Hua se miró inseguro las patas delanteras.

—No os preocupéis, puedo redactarlo yo. Necesito nombre, especialidad, y ayuda si compartís las técnicas que domináis. Hablando de nombres, soy Elena. ¡Espero veros mucho por aquí!

Tras cinco minutos, vino una pregunta crucial:

—De acuerdo. Ahora, si formáis un grupo, necesitáis un nombre. ¿Tenéis alguno?

Los animales se miraron en silencio, pensando en ello. Elena sonrió.

—¿Qué tal “La panda del panda”? —y se rio. Se arrepintió al ver los ojos de Bankiva fijos en ella. Mian Hua, por otro lado, parecía encantado.

—No está mal.

—¿Y por qué no “El apuesto gallo y sus dos lacayos”? —preguntó Bankiva. Entre gallo y oso saltó una visible chispa de rivalidad. Azeban abrió los bracitos.

—¿”El mapache y sus amigos”? —probó, dudoso.

—¡No! —contestaron los otros dos, algo agresivos. El mapache se encogió.

La discusión se prolongó tanto que muchos de los aventureros se unieron a la diversión y sugirieron nombres, algunos más serios que otros.

—¡“La trinidad bestial”!

—¡“Los peludos y el emplumado”!

—¡“Tridente”!

—¡”La alianza de los bichos”!

—¡”Hidra”!

—Abrojo.

Los tres se giraron hacia el joven pícaro de una mesa cercana.

—¿Qué es un abrojo? —preguntó Mian Hua. El chico les enseñó un pequeño objeto metálico semejante a una estrella con cuatro puntas.

—Se esparcen por el suelo para impedir el paso. No importa como caiga, siempre quedan tres puntas como base y una orientada hacia arriba. Tres trabajando juntas para un objetivo común.

El trío se miró entre ellos. El mapache asintió. Los otros dos dejaron de lado el ego y decidieron que no estaba tan mal.

—Entonces, sois el Abrojo —dijo Elena, satisfecha—. ¡Todo listo! Si queréis empezar, podéis consultar el tablón de anuncios de ahí —señaló un gran panel de madera en una pared cercana, plagado de papeles clavados con chinchetas— o podéis consultarme a mí o a mi compañero si queréis una sugerencia basada en vuestro nivel. Ahora mismo sois novatos, así que no os comáis la cabeza e id a por las cosas facilitas. Por cierto, ¿no tenéis equipo?

—Lo que ves es lo que tenemos —admitió Bankiva— y tampoco tenemos dinero para comprar.

—No os recomiendo que salgáis sin algo de equipo mínimo —les advirtió Elena, preocupada—. Podéis pedir un préstamo al gremio para equiparos.

—¿En serio? —preguntó Mian Hua— Qué conveniente.

—Muchas veces los aventureros pierden todo su dinero cuando invierten en una expedición que sale mal. El Gremio os puede prestar hasta mil coronas con un interés del cinco por ciento.

Mian Hua se quedó hablando con Elena sobre las condiciones del préstamo mientras Azeban y Bankiva se dirigían al tablón. El gallo miró al mapache.

—¿Sabes leer? —negó con la cabeza— Yo tampoco. Pero sé lo que es un cero, y los números son más gordos cuantos más ceros llevan detrás. ¡Busca ceros!

—¿Podemos comer con el dinero del préstamo? —preguntaba Mian Hua con el gallo revoloteando escandalosamente para ojear los anuncios más altos del panel.

—Desde luego. Nuestra cantina siempre está abierta.

—¿Tenéis bambú por casualidad?

—Sí, tenemos toda clase de plantas exóticas de... ¿estás bien?

El panda estaba temblando de alegría.

Azeban se puso a dar saltitos señalando un cartel que no alcanzaba. Había cuatro ceros en él.

—Bien, para vuestro nivel tenemos un trabajito de guardaespaldas de 300 coronas, otro para sacar algunos duendes okupas de un almacén por 200, o... —lo miró dudosa— ¿os da reparo cazar? Lo pregunto porque, ya sabes, sois animales.

—Cazar es parte de la vida —respondió Mian Hua con sencillez.

—En el matadero quieren cinco piezas de ciervo, por 125 coronas. Y...

—Cogemos esta —Bankiva llegó con el papel agarrado al pico, seguido de un satisfecho Azeban. Elena y Mian Hua miraron el papel. Se tomaron un buen rato en ello.

—No sabes leer, ¿no?

—Son cuatro ceros. El número de delante no sé que es, pero...

—La recompensa es de 50.000 coronas —aclaró Elena.

Nadie en toda la sala se pudo contener de mirar en esa dirección.

—No está nada mal.

—¿Se os ha ocurrido pensar que si pagan tanto es porque es difícil? —preguntó Mian Hua con calma.

—¿Cómo de difícil?

Elena respiró hondo, consciente de que todo el mundo estaba escuchando.

—“Con una recompensa de 50.000 coronas, se busca vivo o muerto al dragón de fuego exiliado Xenos el Bólido”

Azeban se llevó las manitas a la cabeza. La tensión se rompió cuando se oyeron algunas risitas y el barullo retomó su intensidad.

—Está un poco más allá de vuestras posibilidades —aconsejó Elena, con una sonrisa—. Aquí tenemos...

Bankiva agitó las alas.

—Cogeremos esta.

El barullo murió de nuevo.

—¿Sabes qué es un dragón? —preguntó Mian Hua, que lo dudaba seriamente. Azeban se encogió, atemorizado.

—Nunca he visto ninguno. Pero sé lo que es —replicó Bankiva con calma, con los ojos fijos tanto en Mian Hua como en Elena. Ventajas de tenerlos a ambos lados de la cabeza— Una lagartija acorazada del tamaño de un granero.

—Y escupe fuego —acabó Mian Hua— ¿Es en serio? ¿Al menos tienes un plan?

—No. Ya lo decidiremos cuando tengamos algo de equipo.

—Estás como una cabra. No pienso acompañarte.

Bankiva sacudió las plumas.

—¿Cuánto tiempo vive un panda?

—¿Como?

—Pregunto cuantos años puedes vivir. ¿Yo? Yo ya tengo tres tacos, y si llego a los diez será una proeza. Estas 50.000 coronas no son nada comparado a lo que ese tipo espera que le paguemos. Y no pienso pasarme el resto de lo que me queda de vida trabajando solo para que se lo quede todo él. No es muy distinto a la vida que dejé atrás en la granja. Así que voy a apostar grande, voy a reunir ese dinero todo lo rápido que pueda y librarme de él cuanto antes. Y si muero en el intento, que así sea. No necesito vuestra ayuda, pero no pienso pagar vuestra parte si os escaqueáis.

Azeban gimió, incómodo. La verdad es que él tampoco tenía una esperanza de vida tan larga. En cuanto a Mian Hua... él tenia algo más de tiempo por delante. Pero si se contentaba con los pequeños trabajos, y le restaba el coste del bambú...

—¿Por qué no cogemos algo más realista? —preguntó, tranquilizador. Poco bambú comería si un dragón se lo zampaba a él antes.

—Dragón o nada —dijo Bankiva, tozudo.

—Disculpad, al margen de todo esto —se entrometió Elena—, en el gremio ya hay un matadragones. Es su especialidad. Normalmente le dejamos estos trabajos a él.

—¿Por qué? ¿Porque nadie más se atreve? —adivinó el gallo— A menos que él ya se haya apuntado, no pienso...

La puerta del Gremio se abrió, y los tres animales se giraron hacia ella. Quien acababa de entrar había activado las viejas alarmas que todos ellos tenían como animales de presa. Los aventureros también guardaron silencio.

Bankiva defecó sobre el mostrador, sus plumas hinchadas al máximo. Azeban se escondió detrás de él. Solo Mian Hua se mantuvo donde estaba, los ojos fijos en el recién llegado, quien ya se dirigía al mostrador.

—¿Qué cojones es eso? —susurró el gallo— ¿Un gato?

—¿Un leopardo? —especuló Mian Hua.

—Un jaguar —susurró Elena.

El animal los miró con unos penetrantes ojos amarillos. Probablemente los había oído. Llevaba una armadura que le protegía el torso y sobre la grupa portaba un paquete cilíndrico, largo como un brazo. Sus andares eran lentos, seguros y enervantemente silenciosos a pesar de su tamaño. Se incorporó sobre las patas traseras y puso las zarpas sobre el mostrador.

—Bom Dia —saludó, con un acento bastante notorio.

—Buenos días, Joao.

—Me han dicho que teníais un encargo para mí.

—Ah, sí. Sobre eso...

Elena miró a Abrojo. Joao los examinó a los tres con calma y luego reparó en el papel que había sido traído del panel de anuncios. En un gesto cargado de sentido, posó su gran zarpa sobre él. Dejó pasar unos segundos antes de arrastrarlo hacia sí. Sin embargo...

—No —Bankiva puso su pata también encima. El jaguar detuvo su movimiento por cortesía, no porque el gallo supusiera alguna diferencia—. Lo hemos cogido nosotros primero.

—Aún no estoy convencido de que esto sea una buena idea —comentó Mian Hua.

—No lo es —dijo Joao, sin rastro de humor en la voz—. Esto no es un trabajo que pueda hacer todo el mundo. No seáis avariciosos.

Hablaba con calma, la calma de alguien que está en la cima y sabe que nada puede desafiarlo. Bankiva se mostraba fanfarrón porque eso es lo que hacen los gallos, pero la verdad era que tenía bastante miedo.

—No tenemos por qué darle explicaciones a nadie.

—Quizá a vuestros seres queridos, si tenéis —contestó Joao—. Desistid. Por vuestro bien.

—Nuestro bien no es de tu... ¡oye!

Mian Hua agarró al pájaro y lo apartó.

—Cálmate. El berserker del grupo es otro.

Azeban se encogió cuando Joao lo miró. Si tenía algunas dudas sobre las palabras de Mian Hua, se las guardó para sí.

—No es asunto mío, pero... ¿por qué está tu amigo tan fijado en cazar un dragón? —Joao se dirigió a Mian Hua al deducir que tendría más posibilidades de éxito que si trataba de establecer una conversación civilizada con Bankiva.

—Una deuda —respondió Mian Hua con simpleza—. Necesitamos dinero con urgencia. Hasta nos tendremos que endeudar un poco más solo para poder hacernos con equipo de aventurero.

Con una calma que el trío acabaría por conocer bien, Joao examinó el cartel de busca y captura de Xenos y toda la información que contenía.

Sacó sus garras retráctiles y agarró el papel con ellas. Movió su gran cabeza y señaló una mesa vacía.

—Hablemos.


Los pandas no lloran, pero Mian Hua estaba cerca de ser pionero. La forma en que mascaba los brotes de bambú irradiaba una felicidad pura como la de un niño en brazos de su madre. Los demás, y eso incluía a Joao, se preguntaban qué tenía que lo hacía tan maravilloso.

—El gremio contempla que más de un grupo de embarque en el mismo encargo. Estoy dispuesto a llevaros conmigo, pero tenemos que decidir primero cual va a ser el reparto de ganancias. Quiero la mitad. El resto es para vosotros.

—Eso es un abuso —opinó Bankiva, escupiendo maíz por toda la mesa—. Nosotros somos tres a repartir.

—Sin experiencia y sin armamento adecuado, jamás derrotareis a un dragón. No se trata solo de su tamaño y fuerza. Nuestras especies empezaron a hablar hace un puñado de generaciones, pero los dragones ya lo hacían incluso antes que los humanos. Son antiguos. Son sabios. Son auténticas fuerzas de la naturaleza. Me necesitais. O al menos, necesitáis a alguien que os guíe. Ahora, buscad a alguien que esté dispuesto a hacerlo, y más renunciando a la mitad de la recompensa.

—¿Y por qué estás tu dispuesto a hacerlo? —preguntó Bankiva.

—Por que Xenos es particularmente peligroso y escurridizo. Hace ya un tiempo que está en busca y captura. He salido ya dos veces de expedición, pero siempre me da esquinazo.

—¿Huye de ti? —Mian Hua pareció impresionado.

—No lo malinterpretéis, no me tiene miedo. Pero los sabios evitan conflictos que no pueden traerles nada bueno. ¿De qué le sirve a Xenos enfrentarse a mi cara a cara, si puede simplemente irse a otro sitio? Pero si tengo más cerebros pensando conmigo y más ojos y oídos atentos, tendré más posibilidades de atraparlo por fin. No hay nadie más dispuesto a tomar este encargo, así que me conformaré con lo que pueda conseguir, aunque sea un trío de novatos. En el peor de los casos, regresaré de nuevo con las zarpas vacías. Si aceptáis, os recomendaré equipamiento y os daré consejos para evitar convertiros en su cena. Ahora, decidid.

Joao ya había dado cuenta de su cerdo estofado y se puso a lamerse los brazos. El trío se reunió a deliberar.

—La mitad sigue siendo mucho dinero —opinó Mian Hua—. Además, podemos beneficiarnos mucho de llevar a un veterano con nosotros.

Bankiva gruñó. Azeban no dijo nada, pero era obvio que estaba de parte de Mian Hua. No paraba de mirar a Joao con los ojos brillantes de admiración.

—Vale, supongo que daré el ala a torcer. Aceptamos tu propuesta.

—Excelente. Terminad de comer y pedid el préstamo del gremio, las mil coronas. Nos equiparemos esta tarde y partiremos mañana a primera hora.

(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...