sábado, 9 de marzo de 2024

(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

 Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la espalda de dos chavales cubiertos de pies a cabeza con guresa armadura de acolchado sobre una lámina de metal. Samanta era de la opinión que no servía de mucho practicar con muñecos de paja que no se movían cuando en la realidad nadie se quedaría quieto esperando la flecha y sacando el pecho.

Ban pudo guardar el arco de vuelta a su anillo antes de aterrizar.

—Mejor, ¿no?

Pero Samanta meneó la cabeza.

—Pierdes mucho tiempo preparando el tiro y recuperándote. Eso te da una enorme desventaja si te enfrentas a seres humanos. Nosotros inventamos el arco, ¿recuerdas? Si quieres que tus tiros tengan una eficiencia aceptable, tienes que ser capaz de disparar dos veces en un solo salto.

—¡No puedo tensar tan rápido! Ya tengo que usar Estallido de fuerza solo para poder disparar una vez. Si lo uso dos veces seguidas me van a explotar los muslos.

—Eso es algo que tendrás que resolver tú, pajarito. Quizá podrías intentar usar un arco personalizado... pero no estoy familiarizada con tu anatomía.

—¿A pesar de todos los pollos asados que has despedazado tu misma?

Lo dijo sin pensar. Samanta ladeó la cabeza.

—¿Eso te molesta? Que coma pollo.

Bankiva gruñó. Puso orden a lo que pensaba.

—No —y era verdad. Solo estaba irritado por el obstáculo con el que se había topado en su entrenamiento. No añadió más. No quería dar explicaciones.

—¿Sabes? No me has aclarado por qué usas un arco —Samanta recuperó las flechas y dio un descanso a los aprendices de ladrón— Teniendo espolones, la técnica con cuchillos sería mucho más adecuada.

—La ventaja del largo alcance, supongo. De todos modos, no lo elegí yo. Cogía lo que me ofrecían.

Le devolvió las flechas.

—¿Como aprendiste?

—Por trueque. Una banda de ladronzuelos querían los huevos de la granja donde vivía. Yo les ahorraba el peligro de tener que infiltrarse y a cambio ellos me enseñaban.

Samanta se rio.

—¿Les vendías a tus hijos?

—No eran míos, pero de todos modos su destino era el mismo: que se los comieran. Al menos así sacaba algo de ello. Además, creo que ya he dejado claro que el resto de pollos no me importan.

Samanta no estaba segura de qué le hizo preguntar:

—¿Ni tu familia?

Ban se quedó callado. Su rostro aviario hacia difícil descifrar lo que pensaba o sentía.

—Mi familia era estúpida —acabó diciendo—. Aunque supongo que no era culpa suya. Yo salí como salí por pura potra.

—¿Ninguno hablaba?

—Mi madre estaba... a medio camino, supongo. Podía hablar, pero solo sabía decir una palabra y la pobre era tonta de remate. Mis hermanos eran como ella, salvo una hermana que era como yo.

—¿Qué fue de ella?

—No quiso irse conmigo. No sé por qué. Al principo no quería irse para no dejar sola a mamá, pero a mamá acabaron cortándole el gaznate y asándola cuando dejó de poner huevos. A pesar de eso, se quedó.

Samanta miró al cielo.

—Me pregunto si tu vieja granja aún existe.

—¿Por qué dices eso?

—Oh, por nada. Volviendo a tu entrenamiento... voy a ser franca. Los que te enseñaron conocían los fundamentos, pero su técnica era muy basta y te la pasaron a tí. Lo basto no casa con lo pícaro, pajarito.

—Pues has tardado mucho tiempo en decir eso. ¿Y ahora qué? ¿Me estás diciendo que entrenar así no sirve de nada?

—No, claro que no —Samanta seguía mirando al cielo. Bankiva ladeó la cabeza y también vio la lejana silueta estampada en el azul infinito. Sintió una punzada de miedo, aunque a esa distancia no tenía modo de saber si se trataba de Ma...—. ¿Acaso no ves el progreso que has hecho? Si me permites el símil, has pasado de ser un pequeño cuchillo de hierro a una daga de acero templado. Lo que tenemos que hacer ahora es pulirte y afilarte. Tienes que entrenar tu mente para sacar el máximo partido a tu cuerpo.

—No entiendo nada —admitió Bankiva, gruñón. Ella rio.

—Usaré un pequeño ejemplo. Has visto ese pájaro en la distancia. ¿Por qué no usas Provocación para atraerlo?

A Ban se le hincharon las plumas y se le escaparon las heces ante la propuesta, pero se calmó pronto.

—No puedo hacerlo desde tan lejos. Ni siquiera sé si me ve y, aunque así fuera, seguro que no puede oírme.

Ella sonrió.

—Veo que piensas que Provocación no puede funcionar si el objetivo no te ve ni te oye.

—Pero es que es así —protestó el gallo.

—Observa.

Samanta levantó el brazo en dirección a la silueta, entrecerró los ojos y esperó unos segundos antes de formar un gesto con el que Bankiva no estaba familiarizado y que tomó por un símbolo arcano: La mujer cerró el puño y levantó el dedo corazón hacia arriba, bien alto.

El cambio en la trayectoria de vuelo fue notoria. La rapaz se acercó y Ban lo reconoció mucho antes de poder verle los ojos. Puso todo su empeño en no huir despavorido.

Ma se mantuvo lejos del suelo.

—Ah, canalla. Diría que me ha reconocido y eso ha quebrado el efecto de mi Provocación.

Samanta llamó a uno de los aprendices:

—Pasa por la cocina y trae un hueso grande. Da igual si tiene carne o está pelado, que sea bien gordo. Bien —se dirigió a Ban cuando el chaval se fue—. ¿Como lo harías bajar tú?

Ban tardó un rato en responder. No quería que le temblara la voz.

—Está demasiado alto para alcanzarlo con un flechazo. No tengo ni idea. ¿Y para qué picos quieres que baje?

No lo admitió, pero temía usar él mismo Provocación.

—Entre otras cosas, porque creo que necesitas el empujón —sonrió ante el indignado gallo y llamó un arma de sus propios anillos de Guth, un pedazo de arco de guerra compuesto que hacía que el de Ban pareciera un juguete. También sacó dos flechas de punta roma—. Pero también te irá bien una demostración. Usaré tres técnicas al mismo tiempo: Límite Roto, Tiro Doble y Flecha Ciega.

Ban sabía que Límite Roto aumentaba el alcance de las flechas, pero no sabía usarlo.

—¿Qué hace Flecha Ciega?

Samanta apuntó hacia arriba, tensó el gran arco y disparó como si no se hubiera tomado la molestia en apuntar. El gallo observó atónito como los proyectiles se elevaban como cohetes. Ma esquivó el primero.

—Al usar Tiro Doble, ocultas una de las flechas tras la estela de la otra —respondió Samanta. El segundo proyectil golpeó a la rapaz en todo el cráneo. Descendió en espiral, consciente, pero aquejado de un buen dolor de cabeza y probablemente un terrible mareo.

—¿Como has sabido en qué dirección iba a esquivar el primer tiro para poder darle con el segundo?

—Expereriencia, intuición y también ayuda que lo conozco bien.

Tras guardar el arma, Samanta agarró por el cuello a Ma antes de que llegara al suelo. Batió sus enormes alas con debilidad y sacudió las patas tratando de zafarse, pero su actitud era mucho menos beligerante de lo que Ban habría esperado, incluso teniendo en cuenta el aturdimiento.

—¿Como te ha tratado la vida, Ma? —preguntó Samanta con tanta naturalidad como si no acabara de derribarlo violentamente del cielo— Voy a soltarte. No intentes huir, por favor. No querría tener que dispararte con algo más letal.

Lo soltó. El gran pájaro se sacudió entero, indignado a la par que mareado. Por un momento Ban pensó que no lo reconocería, pero esos ojos terribles acabaron por fijarse en él.

—Me he enterado de que tú y Laqui dejasteis colgada a Frida —comentó Samanta—. Pues si estás disponible, y sé que lo estás, tengo trabajo para tí.

No hubo respuesta.

—Veo que sigues con tu voto de silencio. Como desees —miró a Ban—. Ireis juntos.

—¿Disculpa?—el gallo se quedó atónito— Para, para un momento. ¿Desde cuando trabajo para tí? ¿Y tengo que hacer equipo con él? ¡Ni hablar!

—No pasa nada, pero en ese caso dejaré de enseñarte —le advirtió Samanta—. Ya te dije que no hago nada por caridad. Sé que no puedes pagarme, pero si haces esto por mí puedes considerar la factura liquidada. Y hablando de pagar, también recibirás una recompensa en efectivo. ¿De verdad vas a dejar pasar la oportunidad por desavenencias pasadas?

El aprendiz de ladrón regresó con un costillar y se quedó pasmado al ver al enorme pájaro, a quien ofreció la comida por indicación de su jefa.

—Pero...—trató de rebatir el gallo, que vio como Ma desgajaba los huesos y los engullía sin apenas prestar atención a la carne. Como odiaba toda esa situación. Siempre condicionado por lo que otros querían de él. Como le hubiera gustado ser una rapaz, volar e irse sin más.

Pero no era una rapaz. Solo era un gallo.

Samanta reconoció su silencio como una aceptación, si bien a regañadientes.

 —Como este encargo viene directamente de mí, el gremio no se quedará con una comisión, por lo que os podré pagar bastante. En cuanto a tí, Ma, tengo en mi despacho tres vértebras de león —el gran pájaro se giró como exhalación hacia ella—. Sí, me imaginaba que te interesarían. Así pues, vayamos al grano...


Era difícil decir qué parte de la cripta había sido la cámara a la que acababan de llegar. Desde el suelo hasta el techo era como si la piedra hubiera sido moldeada con la facilidad con que se trabaja la arcilla. La estancia formaba una suerte de esfera cuyos lados estaban surcados por líneas llenas de quiebros y giros que formaban un entramado sin lógica alguna. A Mian Hua el sitio le recordó a una manzana, con su corazón en el centro. La roca deforme parecía haber fluido desde arriba y desde abajo para formar una columna torcida en cuya centro una potente luz impedía ver con claridad los detalles del dispositivo engastado.

Las largas varas estaban extendidas, se mecían y oscilaban sosteniendo una tela sedosa que fluía alrededor de la columna, como una falda de bailarina.

Salvo el oso, la mujer y el espectro, no había nadie más en ese lugar.

—Hemos tenido suerte. Está muy expuesto —opinó Frida.

—Solo hay que destruirlo, ¿no? ¿Nos haces los honores, Togel?

Con muchas ganas de perder al oso de vista, el Arcano avanzó a grandes zancadas, apuntaló bien su peso y lanzó el Colmillo Blanco hacia el sumidero.

La cabeza de lobo formó un bello dibujo justo antes de tocar las varas.Se deshizo con lentitud, sin violencia, siguiendo la dirección del giro de la falda. Se deshilachó y cada uno de los hilos formó una breve órbita alrededor del artefacto hasta que desapareció.

—No iba a ser tan fácil —gruñó Togel.

—Se supone que un Kauser-Hummel no debería tener la capacidad para absorber un ataque con esta potencia —observó Mian Hua—. Por no hablar de que se supone que está sintonizado con el maná del caos. ¿Por qué?

Pero no recibió respuesta. Togel se desvaneció. El maná de Mian Hua que lo mantenía anclado al mundo de los vivos había bajado con brusquedad. El oso estaba mareado y confundido.

—Porque ha cambiado también —acabó respondiendo Frida mientras lo ayudaba a tenerse en pie.

La rotación de las varas se detuvo de repente. Luego se reanudó en sentido contrario.

—¿Puedes correr? —preguntó Frida con premura.

—Puedo arrojarme a un lado —respondió el aturdido oso, quien se veía venir lo que preparaba el sumidero.

—Tendrá que bastar.

El giro de la falda aceleró de una forma que parecía poner en peligro su integridad estructural. El extremo de las varas brillaba con una luz familiar.

Su forma había cambiado, pero no hubo lugar a dudas cuando el artefacto giratorio les arrojó de vuelta el Colmillo Blanco de Togel. Se separaron, ella con elegante y rápido trote, él con una no tan elegante voltereta que lo hizo rodar fuera del camino del ataque, que parecía más fuerte que cuando el espectro lo había lanzado.

Frida extrajo un cuchillo arrojadizo de buen tamaño y lo lanzó contra el Kauser-Hummel. Las aspas se movieron como si tiraran de algo y del suelo surgió como un brote verde una de las estatuas decorativas animadas de la cripta. El cuchillo la golpeó en el pecho.

Frida miró hacia Mian Hua. El oso estaba espatarrado, vertiendo el contenido de un frasco verde en su gaznate. La estatua tuvo tiempo dedar dos pasos antes de partirse en vertical. Pero no era la única que el sumidero había llamado en su ayuda.

Oyó las arcadas del panda. Su estómago rechazó la poción.

—¿Qué te pasa?

—¡Buargh! Es el sumidero... —escupió bilis y poción.

El Kauser-Hummel le había drenado el maná en cuanto había empezado a recuperarlo, y a su vez eso había provocado esa fuerte reacción. Mian Hua sentía como si estuviera en un barco atrapado en un poderoso remolino. El suelo no podía sostenerlo y toda la sala parecía girar y girar.

"No puedo hacer nada" pensó con calma, su mente aislada del horrendo mareo que sufría. "Un mago sin maná no es un mago. Ay, espero que Frida se las pueda arreglar sin mi. Quizás es que veo doble, o triple, pero parece que han aparecido muchas estatuas..."

Lamentablemente, no era producto de su imaginación. Surgidas de la tierra, de las paredes y del techo, las estatuas de la cripta, convertidas ahora en las guardianas del Kauser-Hummel, acudían a la llamada del artilugio. Los crudos acabados de algunas de ellas sugerían que habían sido reparadas o hasta fabricadas de cero por el sumidero.

Con el morro pegado al suelo, con el pequeño estoque de Frida componiendo para él una aguda canción de destrozo, alzó un poco la mirada.

Sus ojos no lo veían y sus oídos no oían nada, pero ahí había... alguien.

No era invisible, tampoco un fantasma. Era más bien como si apenas estuviera ahí, por sinsentido que sonara. Su imaginación reconstruía una figura agazapada frente a él en cuclillas, con la cara sostenida entre las manos, unos ojos abiertos de puro interés y una gran sonrisa. Con un núcleo de... nada.

Su maltratado sentido mágico notaba las corrientes manipuladas por el sumidero como los rápidos de un río. El maná estaba evitando esa... "figura" como si fuera una gran roca en su curso.

Esa "roca" no era la única. Notaba...

—¡Eh! ¡Muévete!

Frida había retrocedido hasta su posición. Empuñaba un estilete en cada mano y sudaba la gota gorda.

—Un momento, un momento, que estoy llegando a algo —la chistó Mian Hua meneando la zarpa y cerrando los ojos con fuerza. La cámara seguía dando vueltas como un torbellino.

—¡Mira que te van a zurrar!

Aunque era consciente de lo cerca que estaban los soldados de piedra y de que Frida no podía con todos a la vez, aparte de que la magia del sumidero parecía capaz de restañar la heridas producidas por el arte de Sabotaje, Mian Hua no perdió la calma. Era un firme creyente de que la calma solo debía perderse cuando servía de algo. En ese momento, incapaz de moverse, a la merced de todo cuanto le rodeaba, ponerse nervioso era un esfuerzo inútil.

¿Por donde iba? Ah, sí. Ríos de maná.

La gran roca que representaba la figura, imperceptible para Frida, era la más grande entre otras mucho, mucho más pequeñas. Quizá de no haber sentido esa aparición, Mian Hua nunca habría encontrado esos pequeños granos de arena llevados por la corriente. Eran tan, tan pequeños... pero numerosos.

Pero... ¿qué eran?

Un brazo de estatua cercenado le cayó en la toda la cabeza.

—Ay —se quejó cuando los dedos se cerraron en torno a una de sus orejas. Pero no perdió su hilo de pensamientos, eso era demasiado interesante. ¿Habían estado siempre ahí? ¿Ocultos a plena vista? ¿Podía... hacer algo con ellos?

Tratar de manipular maná en su estado no era una buena idea. Pero uno usa las opciones que tiene.

Le quedaba un dedo de poción de maná. Se arriesgó.

En cuanto su maná empezó a recuperarse, el sumidero reaccionó. Pero Mian Hua reunió de inmediato la magia de una manera que, para otro brujo, no habría tenido sentido alguno. Ningún hechizo podía salir de ese batiburrillo de energía aleatoria. Pero lo que él hacía era reunir los granitos de arena. Puso todo su empeño en ello. Los granito formaron un guijarro que dejó que la corriente arrastrara hacia el Kauser-Hummel...

Se oyó algo semejante a una cuerda de guitarra al romperse. Las rígidas varas del sumidero perdieron firmeza de pronto y tomaron la consistencia de la pasta de trigo. La falda se vino abajo y se arrastró por el suelo en su rotación. Frida lo notó enseguida. Sonrió.

Fuente Profunda. Tecnica que saca fuerzas del cansancio. Provoca unas horrendas agujetas al día siguiente.

Avalancha. Una forma avanzada de Arremetida que permitía encadenar varias embestidas una tras otra a gran velocidad.

Y Núcleo Fragmentado. Una técnica de Saboteador que deja de lado toda elegancia para centrarse en pura destrucción.

Frida se movió como una saeta roja que pareció rebotar de un soldado de piedra a otro más rápido de lo que los ojos de Mian Hua podían seguirla. Para cuando golpeó al último, los trozos del primero todavía no habían tocado el suelo. El pecho les había estallado como si les hubieran golpeado con un pico empuñado por Lired el Temerario.

—¡Hala! —intentó aplaudir Mian Hua. Frida lanzó una patada en su dirección que lo libró del brazo que le pellizcaba la oreja.

—¿Qué hechizo has usado? ¿Espaguetificación? —jadeó. Mian Hua notó enseguida que su tono despreocupado ocultaba que se había quedado sin aliento. Su estoque se había roto y le sangraba la palma de la mano.

—No tengo ni idea —admitió. El mareo estaba remitiendo. Había reunido algo de maná—. Ya hablaremos luego. Voy a desmayarme. No sé si la espaguetificación es permanente, así que destruidlo ahora que no puede absorber maná.

—¿Como dices?

Mian Hua usó todas sus fuerzas para invocar a Togel el Arcano. Como había anunciado, quedó inconsciente por el esfuerzo.

Los soldados de piedra que restaban se lanzaron al ataque de forma desesperada, quizá espoleados por el sumidero. Frida empuñó el arma que le quedaba. Bajo el casco, los ojos de Togel la miraron de reojo.

—Quédate atrás —le ordenó.

—¿Y dejarte toda la diversión a tí? Ni de broma.

La Arremetida de Togel fue tan fuerte que mandó al primer soldado, casi el doble de alto que él, a volar como una muñeca de trapo. Su alabarda espectral, cubierta de una extraña magia que semejaba un ondeante pelaje blanco, causó estragos.

—¡Quita de enmedio! —chilló la molesta Frida cuando el fantasma no dejó de interponerse en su camino. Togel no le hizo caso.

Arrojó el escudo a un lado contra otro guardián cuando se acercó a Frida por el flanco. Cambió su postura y sostuvo la alabarda con una sola mano por encima de su cabeza, la punta orientada hacia el sumidero.

Con un grito que pareció trepar los acantilados del Inframundo, Togel el Arcano arrojó su arma cubierta por la silueta de un monstruoso lobo blanco. Frida, entre el cansancio y la irritación, no pudo dejar de notar lo hermoso que era.

La bestia devoró el Kauser-Hummel y lo convirtió en astillas y trozos de cristal.

Silencio, decorado por el rumor del polvo asentándose. Las estatuas seguían moviéndose, pero habían perdido la motivación tras liberarse de la influencia del artefacto.

—Podrías haber acabado el trabajo mucho antes si hubieras ido directo a por el sumidero —lo reprendió Frida—. Eres un espectro. No tenían modo de detenerte.

Togel no respondió. Sus armas se habían desvanecido. Él ya empezaba a perder la forma a medida que el maná de Mian Hua volvía a agotarse.

Se había demorado por ella, para no dejarla sola ante el peligro. Dado el carácter que había demostrado, no le parecía que el gesto fuera fruto de la amabilidad. Puede que hubiera sido una forma de menospreciar sus capacidades. O un intento de impresionarla.

Ya se iba. Dadas las circunstancias, era probable que no tuviera otra ocasión de hablar con él. Suspiró.

—Gracias.

 —No hay de qué —gruñó Togel sin mirarla antes de desaparecer.


jueves, 8 de febrero de 2024

(ProyectoPMP) Capítulo 12, de sumideros y saboteadores

 


Mian Hua alzó la mirada todo lo que pudo. La cúspide del gran portal estaba muy lejos.

—Así que... ¿esto es una tumba?

—Creo que la palabra adecuada es "cripta", pero sí.

—¿Cuantas personas cabrán aquí dentro?

—Cabrían miles, pero aquí solo enterraron a un antiguo rey.

—¿Él solo? ¿Para qué tanto espacio para un solo hombre? ¿Tan grande era?

—Eso debía creer —murmuró Frida con una leve mueca—. Pero no estamos aquí por él. Este sitio fue saqueado hace siglos y ya no queda una sola moneda.

Mian Hua seguía interesado en el tema.

—¿Por qué enterrarlo con dinero? ¿Es alguna forma de mostrar respeto?

Frida se rió.

—Puede. Pero veo más probable que quisiera llevarse su riqueza al otro mundo.

La mujer usó una gran llave prismática de cuarzo para abrir las gigantescas puertas de piedra engastadas en la pared del acantilado. Los mecanismos interiores hicieron vibrar el suelo a medida que varios cientos de toneladas de caliza se movían a escasa velocidad.

—¿Hay tiendas en el otro mundo?

—No he estado ahí, no sabría decirte. Ahora céntrate, ¿quieres? La cripta era un subterráneo espacioso, desocupado y bastante aislado. Por eso lo eligieron para poner el artefacto.

—Y el artefacto ahora es un problema y hay que destruirlo. Sí, eso lo he entendido. Pero no me has explicado qué es.

—Un sumidero mágico. Absorbe maná.

—¿Qué tipo de sumidero?

Frida alzó las cejas, sorprendida de que Mian Hua supiera de qué hablaba.

—Kauser-Hummel. Falda de bailarina.

—Poca potencia, gran alcance. Ya veo.

La entrada era grande, espaciosa y, en contra de lo que Mian Hua había esperado, iluminada. Había figuras grabadas en las paredes y las columnas, tan innecesariamente altas como la puerta de entrada. Aunque Mian Hua no entendía del todo la historia que contaban esas imágenes, estaba bastante seguro de quién era el rey. Era el doble de grande que el resto de siluetas. Luego observó las antorchas. Los soportes estaban viejos y oxidados, pero la madera era nueva.

—¿Y qué buscaban, exactamente? —preguntó el oso como de pasada. Frida se lo quedó mirando un buen rato antes de responder con cierta cautela.

—Sabes mucho más de lo que aparentas.

—¿Por ser un oso panda?

—Por ser un hechicero novato. Y encima un oso, sí. Los magos que se dedican a ir de aventuras no suelen saber lo que es un sumidero mágico. No necesitan saberlo.

El oso se detuvo a medio camino antes de llegar a la siguiente puerta, de un tamaño más razonable que la primera. Frida se giró para mirarlo, impaciente.

—¿Por eso no me dejaste leer la carta con los detalles del encargo?

—Fue por tu propio bien.

—Por mi propio bien, mejor me largo.

—¡Espera! —lo llamó Frida al ver que no demoraba ni un segundo para irse—¡Ya has firmado el acuerdo!

—El acuerdo es sobre el reparto de ganancias si se cumple el encargo. No me obliga a terminarlo.

—Ya, pero... ¡que son 80.000 coronas! No es fácil encontrar algo tan bien pagado.

—Ya, pero no me servirá de mucho si acabo debiendo más de lo que cobre —Frida lo miró confundida—. Hemos venido aquí a destruir un artefacto mágico peligroso, eso era todo lo que sabía. Pero ahora me entero de que es un sumidero mágico, que sé que valen un pastón. No conozco las condiciones, quién lo ha contratado, por qué... no quiero hacer esto y luego regresar con Aze y Ban para decirles que he roto una cosita que vale medio millón de coronas, ¿entiendes?

—Ah, eso es lo que te preocupa...

—Además, un sumidero Kauser-Hummel no es peligroso. Absorbe tan lentamente que casi no hay riesgo de que haya sobrecarga.

—Joder, de verdad, ¿como sabes todo eso? ¿Quién te enseñó magia? ¿Algún hechicero legendario o...?

—Soy autodidacta.

—Anda ya.

—De pequeño me aburría mucho en mi recinto y mi cuidadora me enseñó a leer. Me traía toneladas de libros y como yo no tenía nada que hacer mientras comía bambú...

Hubo un fuerte estruendo detrás de Frida, más allá de la siguiente puerta. La curiosidad de Mian Hua pudo más que su cautela y la siguió.

Al parecer el rey había sido tan especial que había ordenado construir un templo al completo dentro de su propia cripta para sus exequias. La entrada se abría a una gran caverna con todas sus superficies cubiertas de lujo. Suelo de baldosas de piedra grabada, relieves en las paredes, grandes candelabros apagados colgando del techo. Había escaleras que llevaban a distintos niveles, puertas que salían a otros sitios y una violenta pelea en curso.

Quizá era más apropiado llamarlo "exterminio" dada la indiscutible superioridad de uno de los bandos. Mian Hua pensó que eran autómatas, soldados de piedra de tres metros de altura encargados de proteger la tumba y que en esos momentos estaban usando sus pesadas alabardas para aplastar gusanos, o larvas, no estaba muy seguro de qué eran. Cada bicho medía más de un metro y se defendían con bocas rodeadas por un círculo de colmillos, pero solo lograban una leve corrosión con su saliva ácida. Solo había dos soldados de piedra frente a decenas de gusanos, pero no tenían nada que hacer. Uno tras otro explotaron como viscosas piñatas, esparciendo un repugnante olor en la cámara del templo.

El panda se preguntó si a Ban le habrían gustado unos gusanos tan gordos.

El último de ellos fue destruido.

—Prepárate —avisó Frida—. Vendrán a por nosotros.

Los soldados se movieron. Mian Hua notó como cada uno de sus pasos hacia temblar el suelo.  No podía tumbar algo tan pesado con solo viento y el fuego no serviría de mucho contra la piedra.

Eran más rápidos de lo que su masa habría dado a entender. Uno de ellos ya estaba frente a él, con esa gran alabarda de piedra que podría convertirlo en picadillo de un solo golpe. Hizo girar la vara de bambú y golpeó el suelo con ella. Una espesa niebla apareció frente a él y tomó forma.

La enorme alabarda fue detenida por el escudo de Togel el Arcano. El guerrero apuntaló el pie, giró el pavés y lanzó al soldado hacia atrás con gran facilidad.

—¡Oh, impresionante! —aplaudió Mian Hua.

—Cierra el morro —gruñó Togel. Descargó un golpe con su propia arma sobre el torso de su enemigo, pero su lanza espectral rebotó sin apenas hacerle daño. Retrocedió un poco.

—¿Qué se supone que es esto? ¿Un gólem?

—Ni idea. ¿Es demasiado para ti? No te sobreesfuerces.

El casco se giró en su dirección.

—Dioses, como te odio.

El soldado de piedra se levantó. Intentó propinar otro golpe a Togel, pero este rebasó el arma bajo la protección de su escudo, se acercó y realizó un poderoso barrido que dejó a su oponente suspendido en el aire durante un breve instante. Dejó que su peso cayera sobre la punta de su lanza e invocó al Colmillo Blanco. La cabeza de lobo elevó a su blanco unos metros antes de lograr partirlo por la mitad. Estalló contra el techo de la cueva como unos gélidos fuegos artificales mientras los dos pedazos caían al suelo.

—Demasiado para mí, dice... —refunfuñó Togel.

—¡Buen trabajo! Si es que eres una máquina.

Togel renunció a contestarle. Notó a Frida cerca de ellos, esperando que le prestaran atención. El otro soldado de piedra estaba varios pasos tras ella, convertido en una pila de pedruscos inofensivos. Mian Hua trató de localizar un arma sobre su persona, pero lo único que vio fue el estilete que acababa de enfundar en su cinto y ocultar bajo las telas de su armadura. Togel la miró, o eso parecía. Con ese casco, cualquiera diría. Ella le sonrió.

—Me gusta ver que te las apañarás sin que tenga que vigilarte la espalda.

Mian Hua examinó al soldado de piedra. Ambas mitades todavía se movían con bruscos y erráticos espasmos, pero lo que le sorprendió fue examinar la rotura, buscando los mecanismos que las hacían funcionar.

No había nada. El soldado era de piedra maciza. Por supuesto, muchos hechizos eran capaces de animar objetos para convertirlos en sirvientes temporales... pero tampoco había rastro de maná.

No hizo la pregunta. Solo miró a Frida esperando que ella se decidiera a darle ni que fuera una explicación entre las muchas que le debía.

—De verdad, no te conviene que te cuente nada. Mata a estos bichos,destruye el sumidero, coge tu parte y olvídate del asunto. Ese es mi consejo.

—¿Están vivos?

Señaló los restos del soldado de piedra. Frida suspiró.

—Depende de lo que tú llames "vida". Si haces algunas concesiones,supongo que puedes llamarlo un ser vivo, pero míralo. Ni siquiera puede morir en condiciones. Escucha —continuó, con urgencia—, si te lo cuento, correrás peligro. Es parte de un secreto muy bien guardado que pocos están autorizados a conocer.

—¿Quieres decir que si me lo cuentas estarás en peligro?

—Ja, no. A ellos les gustaría pensar que sí... no, tú estarías en peligro. Te matarían por saber demasiado. Y si te fueras de la lengua, cualquiera que te escuchara podría convertirse en una diana también. ¿Me entiendes?

—Cuéntaselo —soltó de pronto Togel.

—¿Qué?

—Si alguien se lo carga quedaré libre de nuestro contrato antes—refunfuñó el espectro—. Pero sobre todo, no encontrarás a nadie más cabezón que este oso. No parará hasta que tenga lo que quiere. Lo he experimentado en mis carnes que ya no tengo.

—Je, je.

Frida sentía genuina curiosidad sobre el pacto que los ataba. Se encogió de hombros.

—Que conste que te lo he advertido. Vamos, te lo contaré mientras buscamos. Si usas tu sensibilidad con el maná quizá puedas guiarnos hasta nuestro objetivo, pero no avances demasiado rápido. Esto no es nada comparado con lo que podemos encontrarnos más adelante.

Pasaron al lado de un gran hueco abovedado en la pared, alto y estrecho. Había más a intervalos regulares. Ese en particular tenía dos marcas limpias de polvo en la parte de abajo, como si alguien hubiera estado ahí de pie mucho tiempo.

—¿Aquí es donde estaban los soldados de piedra?

—Sí. La última vez que estuve en esta cripta todavía eran estatuas corrientes y molientes.

—¿Ya has estado aquí?

—Escolté el sumidero junto con un buen conjunto de artefactos esotéricos y expertos hechiceros. No sé donde lo colocaron exactamente... aunque tampoco tendría importancia. Después de lo que pasó, el sumidero podría estar en cualquier sitio. Hasta embutido en la roca de la montaña.

—¿Y qué pasó?

—Hubo un brote caótico —Frida contuvo la respiración.

—¿Qué es eso? —preguntó Mian Hua, muy interesado. Frida suspiró de alivio y con una pizquilla de decepción. Casi esperaba que el oso ya lo supiera.

—No soy hechicera, así que mucho de lo que sé puede que sea inexacto o erróneo. El sumidero se puso aquí para buscar algo, como tú mismo has dicho. Estaba sintonizado para absorber maná del caos. La idea era que si alguien practicaba magia del caos, podríamos localizarlo.

—¿Qué es la magia del caos?

—No sé como funciona. Solo que se encuentra en el ambiente en cantidades tan ínfimas que no puede detectarse sin mucho entrenamiento previo o con la maquinaria necesaria. Y que si se concentra demasiado, puede provocar un brote caótico. El Kauser-Hummel deberia haber sido seguro, pero...

Cruzaron un portal hacia un pasillo que llevaba a otra cámara. Tres enormes gusanos cayeron del techo directos sobre sus cabezas. Togel los interceptó y arrojó contra las paredes con tanta fuerza que quedaron pegados a ellas, rodeados por la mancha de sus fluidos.

—Gracias —agradeció Frida con tranquilidad—. Prefiero no tocar estos bichos si puedo evitarlo.

—¿Qué son? Parecen larvas de mosca, pero... —preguntó Mian Hua mientrasTogel gruñía un "de nada".

—Es que son larvas de mosca. Lo eran, al menos. Cuando instalaron el sumidero rompieron los sellos de algunas tumbas donde enterraron momias de animales como ofrenda al rey. Las moscas hicieron lo que las moscas hacen y sus larvas fueron afectadas por el brote.

—Pero ¿por qué? —insistió el oso—¿Por qué las hizo crecer tanto? Y los dientes...

—Si hay algo que sé del caos, es que nunca le preguntas "por qué". A juzgar por lo que he visto, creo que le gusta gravitar hacia la vida —se rascó la cabeza—. Por eso odio con todas mis fuerzas las tareas de limpieza tras una brote caótico. ¿Larvas gigantes? Eso no es nada.

El pasillo se abrió a otra estancia más grande. No había antorchas encendidas, por lo que Mian Hua invocó una esfera de fuego con su vara para darles algo de luz. La estancia se elevaba con pequeños peldaños hasta quedar coronada por un sepulcro.

—Aquí descansa el rey. No me extrañaría que el brote lo hubiera despertado. ¿Te importa echarle un vistazo, hombretón? A ti no podrá hacerte nada.

—Menos confianzas, jovencita —el oso no pudo dejar de notar que, por antipático que fuera el tono de Togel, estaba siendo mucho más comedido con Frida de lo que solía serlo con él.

—Es un callejón sin salida —observó Mian Hua—. Puede que me haya equivocado.

—No, no —negó Frida—. En un sitio afectado por un brote puedes fiarte más de las habilidades de detección que de tus propios ojos. Vale la pena echar un vistazo.

Togel empujó la tapa del sepulcro sin ningún cuidado y dejó que se partiera contra el suelo. Echó un vistazo al interior.

—Nada —informó. Se giró a mirarlos. Elevó el mentón poco a poco a medida que parecía que se iba moviendo hacia abajo. El oso sacudió la cabeza, confundido.

—¿Se hunden los peldaños?

—Creo que vosotros os vais hacia arriba —opinó el espectro.

Mian Hua sentía el tipo de confusión que suscitan las ilusiones ópticas, como el dibujo de una escalera que parece volver sobre sí misma. Solo que no era una simple ilusión. Los peldaños no se movían. No sentía tracción alguna bajo sus patas, no se oía como se deslizaban... y sin embargo veía a Togel como si el sepulcro hubiera estado todo el rato más bajo que ellos, como en el centro de un pequeño anfiteatro.

—Me estoy mareando.

—Pues espera a que suceda algo como que se invierta la gravedad y caigamos hacia el techo. Me ha pasado.

El oso miró hacia atrás. El umbral que habían cruzado debería haber estado tres peldaños más abajo. En su lugar, era un pequeño rectángulo de luz que se hacía más y más pequeño, como si estuviera a centenares de metros.

—Depende de tí, Mian Hua —le dijo Frida—. Ya te lo he dicho: tu sensibilidad como mago es la mejor guía que tenemos para salir de aquí.

Cerró los ojos porque entendió que la información que recibía por ahí no le servía de nada. Revisó las corrientes de maná y las líneas de energía a su alrededor, las cuales parecían estar tan alteradas y liosas como el resto del espacio donde se encontraban...

Pero había una tendencia. Prestó atención a la llama que sostenía con la vara, no a su luz y calor, sino al maná que la mantenía y como se distorsionaba debido al sutil tirón del sumidero mágico.

Se arriesgó a moverse. Tanteó con el bastón y fue bajando. Notaba náuseas porque lo que percibía seguía teniendo tan poco sentido como la torsión espacial que había presenciado. Era como si el tejido de la realidad se hubiera expandido para revelar cada uno de sus hilos y luego alguien hubiera hecho un ovillo con ellos, y encima un ovillo desorganizado y deformado.

Pero nada había sido destruido. Los hilos seguían ahí. Aunque estaba confundido, la sensación era familiar. Cuando había empezado a practicar la magia, el mundo que se abría ante él era igual de desconocido. Pero había aprendido a navegar las corrientes de maná.

Notó que Frida lo agarraba del pellejo.

—Solo una advertencia, pero si das un paso más veo una caída muy, muy larga. ¿Estás seguro?

—No—reconoció Mian Hua. Su bastón notó el vacío. Pero si había calculado bien, debían seguir por ahí.

Hiló un hechizo de viento e hizo que el aire de la cripta se moviera. Notó como se formaban remolinos cuando el espacio deformado hizo que la corriente, que debería haber soplado en una sola dirección, chocara contra sí misma. Estudió la reacción del maná ambiental. Todo le indicaba que debía echarle valor...

Bueno, de todos modos, estaba acostumbrado a las caidas. Dio el paso.


Aze estaba entrenando.

Cuando no estaba con sus compañeros de Abrojo, el joven mapache invertía la mayor parte de su tiempo a practicar, pues las cosas que le gustaban de verdad eran vistas con malos ojos por los humanos. No entendía por qué les molestaba tanto que hurgase en sus cubos de basura. ¿No se supone que metían todo lo que les sobraba ahí dentro para librarse de ello? Los dioses sabían por qué se deshacían del pan o el jamón solo porque tuvieran un poco de moho, ¡pero lo hacían! Entonces, ¿por qué lo perseguían con escobas cuando lo pillaban en plena faena? No lo entendía...

En fin, hasta que la deuda estuviera pagada intentaría no causar problemas. Estaba golpeando una y otra vez una esfera de madera que simulaba el cráneo de un oponente con su hachuela. Tras cientos de golpes había esculpido una enorme muesca, pero le faltaban muchos otros para...

—No saltes. Mantente pegado al suelo.

La voz profunda y cercana apareció sin previo aviso y lo asustó justo cuando estaba a punto de asestar otro hachazo. Casi de forma inconsciente hizo caso al consejo y ancló las patitas traseras a la tierra. La bola se partió con un fuerte chasquido y sus dos mitades rodaron en direcciones opuestas.

Se giró para encontrarse con Joao a su espalda.

—Buen hachazo —calificó el gran gato—. ¿Estás disponible? Hay algo para lo que necesito tu ayuda.

Aze se balanceó de un lado a otro, cohibido.

—Sí —acabó diciendo, flojito— ¿Es un dragón?

—No. La identidad del objetivo es algo que tendremos que averiguar sobre la marcha.


—Ay, ay, ay...

Mian Hua se masajeó la espalda. Abrió los ojos. El techo era pura oscuridad que su llama no podía penetrar, pero el suelo era aceptablemente llano, las paredes rectas y podía ver un umbral del que salía luz abundante. Frida aterrizó tras él con bastante más gracia y agilidad de la que él acababa de demostrar.

—Bien, nos has sacado. ¿Qué tal tus posaderas?

—Se recuperarán.

La luz fue bloqueada por una silueta. Otra de las estatuas animadas por la magia del caos salió a darles la bienvenida.

—¡Togel! —llamó Mian Hua con una nota de urgencia. Frida le dio una amistosa palmada en la cabeza.

—Tranquilo.

El soldado de piedra los atacó con un lanzazo, el único ataque que podía hacer en ese espacio tan reducido, pero que llevaba tras de sí suficiente fuerza como para aplastarlos como si estuvieran metidos en un gran mortero. Frida sacó su diminuto estilete, se quedó quieta con un ojo cerrado y dejó que el arma de piedra se acercara.

Se oyó algo que Mian Hua solo podía describir como un chillido. Si la piedra pudiera gritar de dolor, así lo haría. Frida conectó la punta de su arma con el extremo de la lanza con una precisión sobrenatural. Veloz como un relámpago, una grieta se abrió a lo largo de la alabarda, hasta su otra punta, y quedó partida en dos finas mitades casi perfectas. El estilete estaba intacto.

El soldado de piedra vio como su arma se hacía pedazos entre sus dedos. Trató de agarrar a Frida, quien se agachó y le plantó una estocada bajo el sobaco, sin resultado aparente. Un paso lateral para evitar el manotazo que seguía y le propinó otro golpe idéntico en el pecho. Saltó por encima de él y descargó un último ataque sobre su hombro. El cuerpo de la estatua se dividió con un fuerte chasquido de roca en tres pedazos.

—¡Ohhhh! —Mian Hua estaba encantado con el espectáculo— ¿Como has hecho eso con ese cuchillo tan pequeño?

Frida no pudo responderle porque las piernas se seguían moviendo. Atacó de nuevo, reduciendo la estatua a pedazos más pequeños.

—Ataques muy precisos a los puntos estructurales más débiles de un objeto—Togel apareció a través del muro a la espalda de MianHua—. La técnica es tan complicada que pocos guerreros se molestan en estudiar habilidades de Saboteador.

Frida se volvió y le sonrió, contenta por el cumplido indirecto.

—Se supone que se usa para romper armas y armaduras. Quebrar una roca,especialmente una que se mueve es...

—Creo que puedes decir directamente que estás impresionado —lo cortó Mian Hua—. Yo lo estoy —añadió contento.

 —Vamos, en pie —lo instó Frida, que encontró muy divertido el irritado gruñido que soltó Togel.

Después de ponerse en pie y sacudirse el polvo Mian Hua avanzó un par de pasos antes de volverse hacia Togel como si acabara de recordar algo.

—Por cierto, ¿hay tiendas en el otro mundo?


(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...