viernes, 19 de enero de 2024

(Proyecto PMP) Capítulo 11, de alianzas inesperadas

 Mian Hua entró en el ayuntamiento. Habían intentado que dejara su vara de bambú fuera. Él les había sonreído, o lo había intentado. Sabía que, para los humanos, era un gesto amistoso. Aunque surtió el efecto deseado, no fue por las razones que imaginaba. El vegetariano panda no era del todo consciente de que la dentadura de su linaje seguía siendo muy carnívora.

Llamó a la puerta del despacho, como mandaba el protocolo.

¡Abre antes de que se la cargue! —oyó decir a Woodrow desde el interior.

Un sirviente abrió la maltratada puerta. El alcalde esperaba sentado tras su escritorio, con una sonrisa tensa.

Veo que habéis regresado sin percances.

Y hemos cobrado sin percances —no pretendía ser una pulla, pero Woodrow sintió un tic en el ojo. No obstante, no dijo nada—. Diez mil coronas. Con estas hemos juntado suficiente para este pago..

Dejó un saco de cuero bastante abultado en la mesa. A señal del alcalde, un contable lo abrió y contó el dinero a gran velocidad.

Hay cincuenta mil coronas. Y con eso, llevamos ya 200.000 pagadas.

Pero teneis mucho más que eso, ¿verdad?

Pues claro, pero tenemos que ahorrar para nuestros gastos.

El alcalde apretó los dientes. Sí, le estaban pagando. Seguía siendo quien tenía el control de la situación. Pero esas bestias tenían demasiada libertad. Sabía los encargos que tomaban, sabía que debían tener cien mil coronas ahorradas. Eran sus coronas. Le pertenecían, ellos no tenían derecho a ese dinero. Ya podían agradecerle que no los hubiera acogotado cuando tuvo la ocasión. Qué diantre, si podría hacerlo en cualquier momento. ¡Cuando le diera la gana!

No, no, no, tranquilo. Aún pueden hacer mucho dinero para mí, se dijo.

¿Teneis planeada otra salida? —intentó ser cortés. Como odiaba tener que hablar de esa manera, cara a cara. Había mandado más sicarios a por ellos para intentar hacerse con su dinero, pero la banda de Pokimoni los había puesto en fuga cada vez. A la última había mandado a doce hombres, ya casi por despecho, porque les había pagado un 90% de lo que se suponía que iba a quitarles. En esa ocasión, Abrojo no había dejado que los cochinos se llevaran toda la diversión. ¿Por qué? ¿Por qué aprendían tan rápido? ¿Por qué ese maldito mapache, él solo, les había roto los brazos a cuatro, CUATRO hombres armados? Y además, al líder de la operación le pusieron una Marca de la Muerte en la frente, solo para burlarse de él, de Woodrow. Ese condenado gallo no paraba de reunirse con Samanta, pero ella le decía que no era asunto suyo. ¿¡Como que no!?

Claro, aún tenemos mucho dinero por reunir —ese maldito oso y su tono dicharachero... se mofaba de él en sus narices.

50.000 justos, señor —anunció el contable. Tendió un recibo a Mian Hua para que lo firmara con la huella de su pata. ¿Quién les había enseñado a exigir recibos?

Tranquilo, intentó calmarse mientras contenía el impulso de ordenar a los guardias que arrestaran al oso y le quitaran la copia del recibo. Sigo estando al mando. Sigo al mando.


Mian Hua estaba cerca de entrar al gremio cuando algo llamó su atención. Había notado un extraño pico de maná procedente del techo de la sede. Al alzar la vista, vio un enorme pájaro posado en la cumbrera. Era la primera vez que lo veía, pero Mian Hua no pensaba que hubiera dos de su especie en esa ciudad.

Lo divisó a tiempo de ver como engullía un hueso que debería haber sido demasiado grande, pero eso no era lo que llamaba su atención. El ave estaba hilando un hechizo, de una clase que era completamente desconocida para el oso. Ahí se quedó, satisfecho tras su almuerzo, con la magia tomando forma para luego reposar en su interior, lista para ser lanzada.

Ma notó la mirada del oso, pero ninguno de los dos dio un paso para entablar conversación o combate.

La cantina del gremio estaba muy animada, con la mayoría de aventureros en un corro alrededor de una mesa con dos contendientes echando un pulso.

¡Ja! —una mujer grande y pelirroja tumbó el brazo de su contrincante, un hombre que no iba falto de masa muscular. La mitad del corro estalló en vítores, la otra lanzó berridos decepcionados. Mian Hua echó un vistazo sin disimulo a la hoja que sostenía el encargado de llevar las apuestas. La mujer había empezado con poco apoyo al inicio de la competición, pero ahora contaba con la mayor parte de los envites.

Mientras la dejaba atrás rumbo al mostrador, se preguntó si la serpiente andaría cerca y asumió que, de ser así, no podría saberlo.

Buenos días, Mian Hua —saludó Elena al verlo llegar.

Hola. ¿Has visto a Ban, por casualidad?

Hoy no.

Debía estar con Samanta. Mejor. No creía que el gallo fuera tan tonto como para buscar pelea en un sitio tan concurrido, pero mejor no correr riesgos.

Nunca la había visto por aquí. No parece nueva —le comentó a Elena, señalando a la pelirroja, cuyo siguiente rival estaba ya preparado.

Es una veterana de la capital —explicó la chica—. Vino con su equipo hace unas semanas por un encargo de bastante importancia.

¿Sí? ¿De qué iba la cosa?

Eso ya no importa, porque fracasaron —Elena esquivó la pregunta. Bastante información confidencial había logrado sacarle Samanta.

Mian Hua parpadeó. Giró la cabeza para presenciar el pulso, que en ese momento estaba bastante igualado. Las manos apenas oscilaban de un lado al otro.

Es fuerte —fue la única observación que hizo. Elena se encogió de hombros.

Lo vemos a menudo. Hasta el mejor experto puede fracasar. Por lo que sé su encargo era muy difícil.

¿Pagaban mucho?

Elena se rió.

Sí, pero no os dejarán cogerlo. Por aquí no se hace mucho, pero en la capital los encargos más importantes están restringidos a los que tienen más experiencia. Hasta pueden poner sanciones si fracasas.

Encima de que no cobras, ¿te hacen pagar? —preguntó Mian Hua, atónito.

Para aventureros de ese nivel, el dinero suele ser lo de menos —los dos observaron como la mujer acababa por estrellar la mano de su contrincante contra la mesa.

¿Tienes algo para nosotros?

El encargo más generoso que tenemos es una travesía de escolta por la Costa Inmaculada. De hecho, el solicitante ha preguntado especialmente por vosotros. Quedó encantado con vuestro servicio.

¿Otra? —gimió Mian Hua. Habían completado ya un trabajo en ese lugar. Décadas atrás había sido un lugar muy transitado por los comerciantes, una ruta segura y rápida entre el puerto y la ciudad. Pero después de que los animales empezaran a hablar, la cosa había cambiado.

¿No os interesa?

Ban dijo, y cito textualmente, “no vuelvo a esta mierda de sitio ni a punta de ballesta”. Supongo que una cantidad considerable de coronas podrían hacerle cambiar de opinión, pero la verdad es que yo también prefiero evitarlo. Esas gaviotas son muy territoriales.

Un mensajero se acercó a Elena y le tendió un sobre. La recepcionista lo examinó antes de alzar la voz.

¿Doña Frida? ¡Es para usted!

Mian Hua observó en silencio a la mujer acercarse al mostrador, la sonrisa de la diversión aún presente en la cara. Se fue borrando lentamente a medida que leía la misiva. Acabó poniendo los ojos en blanco.

Me tienes que estar tomando el pelo.

Una firma, por favor —pidió Elena con amabilidad y una leve sonrisa que significacaba algo así como “te acompaño en el sentimiento”.

Preferiría aflojar un saco de coronas que tener que hacer estos recados. ¿Te lo puedes creer? “En caso de incumplimiento de este encargo, la sanción se triplicará” —firmó el papel. Mian Hua notó muy por encima de su cabeza una huella de maná que se ponía en movimiento.

Vale, paciencia —se dijo Frida—¡Ma, tenemos trabajo! ¡Hay que hacer algo para los merluzos de la capital o nos desplumarán, en tu caso literalmente! ¿Ma? —insistió al no recibir respuesta.

Mian Hua echó un vistazo por la ventana. Sin decir palabra, golpeó el cristal para llamar la atención de Frida y le señaló el despejado cielo del mediodía. Había una silueta que se iba alejando y ganando altura. La mujer corrió a la ventana, la abrió de un manotazo y gritó al exterior:

¡Pero serás hijo de una urraca! ¡Vuelve aquí! ¡Mamón! —resopló frustrada. Luego examinó el interior del gremio, con la mayoría de aventureros tratando de evitar contacto visual. Mian Hua supuso que estaba buscando a la serpiente.

¡Bah! Par de alimañas —se dejó caer en un banco con la cabeza apoyada en la mano. El panda ya había dejado de prestarle atención para buscar algo en el tablón de anuncios cuando oyó que lo llamaban.

¿Mian Hua?

Tenía a Frida apoyada en la mesa más cercana. El oso la encaró sin decir nada.

Tú eres Mian Hua, ¿no? ¿El brujo de la Máscara Blanca?

¿Cuando han empezado a llamarme así? —rompió su silencio con ilusión.

Frida ignoró la pregunta.

Supongo que estabas delante cuando has visto como mis... mi compañero de equipo me dejaba tirada, ¿no? Tengo un trabajo y no pienso hacerlo sola. ¿Te interesa?

Varias docenas de orejas se desplegaron ante el aroma del chisme.

¿Por qué me lo preguntas a mí?

Tu equipo, Abrojo. Se dice que os apuntais a todo y teneis resultados bastante aceptables.

Mian Hua se le acercó un poco más.

Si conoces Abrojo, supongo que sabes quienes son mis compañeros. Debes acordarte de Ban.

No lo reconocí en la montaña. Fue después que caí en la cuenta de quién era. ¿Qué hay de eso? Los encontronazos entre aventureros son tan habituales como las alianzas.

Puede que sí, pero no veo a Ban dispuesto a trabajar contigo.

¡Qué poco profesional! ¿Y tú, qué? ¿Y vuestro amigo, el mapache?

Mian Hua no tenía miedo, pero no se decidía a confiar del todo en esa mujer. No tenía nada que ver con lo que había pasado en la montaña. Era poderosa, pero sobre todo, era humana. Con alguien como Joao sabías a qué atenerte. Puede que le entrara hambre e intentara comerte, pero eso era todo. Los homo sapiens sabían mejor que nadie como complicarse la vida y complicársela a los demás y ninguna otra especie tenía más experiencia con las artimañas.

En pocas palabras, era impredecible.

¿De cuanto dinero estamos hablando?

Cien mil coronas. Podemos ir a una mitad para mí, la otra para vosotros.

Me ha parecido oír que si no haces esto os espera una multa bien gorda.

Ah, estabas escuchando...

Dicho de otro modo, vas a tener que hacer esto incluso si no sales ganando nada. Podría quedarme todo el beneficio. Es más, podría incluso pedirte que me pagaras un pequeño porcentaje de tu bolsillo.

Frida se quedó boquiabierta.

¡Tendrás morro! ¡Por esas condiciones, bien puedo pedirle a cualquier otro que me ayude!

¡Eh, gente! —el oso alzó su vozarrón por encima del barullo de la cantina mientras señalaba a la mujer de forma exagerada— ¿Alguien quiere irse con doña Frida a hacer un trabajo por cincuenta mil coronas? —murmullos, toses, y ni una sola mirada en su dirección— ¿No, nadie? Lo imaginaba —volvió a dirigirse a la Cetrera—. No sé qué encargo tienes entre manos, pero ver a alguien con tu reputación tan obcecada en no hacerlo sola... da miedo.

Tampoco es tan peligroso —respondió Frida, sin convicción y consciente del apuro en que se encontraba—. Vale, supongo que... tendré que conformarme —no quiso decir algo tan derrotista como “No tengo elección”—. Haz tu oferta.

Se preparó. Ya veía venir que el panda le pediría el total de la recompensa, un 50% de extra y un saco de bambú recién importado de...

Me quedaré con ochenta mil coronas. El resto para tí.

Frida ladeó la cabeza. Repitió el gesto en sentido contrario.

El 80% —dijo en voz neutra.

No haré esto a espaldas de Ban y más me vale tener una buena razón para juntarme contigo. Creo que una buena tajada le parecerá buen razón.

Frida se preguntó seriamente si el oso era demasiado honesto para su propio bien o si la estaba engañando de algún modo.

Por eso estoy dispuesto a venir. Pero no cuentes con Aze. Prefiero no mezclarlo en esto.

¿Tú y yo solos, eh? Está bien. Necesito a un brujo, eso es lo importante.

Hablando de eso, no me has contado de qué va el asunto.

Vale, pero ya has aceptado. ¡Nada de volverse atrás!


A muchos kilómetros del Gremio, cerca de una pequeña población sustentada por una mina de cobre, cierto gato se adentraba más y más en las galerías perforadas por el hombre.

A los dragones les gustan las cuevas naturales y prefieren anidar en lugares apartados de los humanos. Además, las señales, los rastros con los que estaba familiarizados... algo no encajaba. Pero todos los testigos habían descrito algo que debía ser un dragón. Era grande, volaba y rugía. No se le ocurría otra criatura que pudiera encajar en la descripción a menos que un elefante se hubiera aficionado al parapente.

La galería lo llevó a un ancho y profundo pozo que había sido excavado recientemente. De nuevo, los dragones no excavan. Quieren guaridas sólidas y estables.

Tocó la pared con la zarpa y se miró la almohadilla. Sus enormes ojos veían muy bien bajo la luz del candil que llevaba colgando del cuello. Todo estaba cubierto de polvo metálico, pero eso no era cobre. Era oro.

Algo se oyó en las profundidades. Un derrumbe, o algo muy grande en movimiento. Joao tomó un cartucho del flanco de su armadura y lo apretó entre los dientes. Una reacción química en su interior provocó que se prendiera. Dejó caer la pequeña llama al vacío y observó.

El pueblecito entero tembló. Las diversas entradas de las minas expulsaron humo y polvo como si la montaña se hubiera enfurecido. Un sonido profundo, bajo, llegó acompañado de una vibración que hacía temblar las vajillas y los cristales.

Un pedazo de la ladera se vino abajo y provocó una avalancha que fue visible para todos los habitantes del pueblo, quienes observaban preocupados la silueta rocosa. Se hizo el silencio mientras el polvo se asentaba sobre sus cabezas.

¿Crees que sigue vivo? —preguntó uno de los concejales al capataz de la mina y de facto alcalde.

¿El gato o el dragón? —respondió.

No hay dragón —respondió la calma voz de Joao a sus espaldas para sobresalto de todos. Estaba sentado y se lamía una pata para limpiarse la sangre de la frente que le entraba en el ojo. Hubo otro temblor, no tan fuerte como el primero. Lo que lo había provocado debía empezar a darse cuenta de que aquello con lo que luchaba se había largado.

¿Cuando has...? —empezó el concejal, pero el alcalde lo interrumpió.

¿Como que no hay dragon? ¡Aún lo oímos perfectamente!

Admitiré que no sé qué es. Pero no es un dragón —replicó Joao con calma—. Os sugiero que reviseis y reescribais este encargo. Las tácticas y técnicas de un matadragones no sirven de mucho. Necesitareis alguien más generalista. O alguien que sepa de qué se trata. Pero me temo que esas 30.000 coronas ya no van a ser suficientes.

¿Estás diciendo que quieres más dinero? ¿Después de regresar con las zarpas vacías?

No. Estoy diciendo que en estos momentos no puedo hacerle frente, por lo que me retiro. Cualquiera que venga en mi lugar os pedirá más de lo que ofreceis, si es que tasa adecuadamente esta criatura.

El alcalde no se lo podía creer.

¡No puedes irte sin más y dejarnos con este problema!

¿Os servirá de algo si voy y me dejo matar? Hasta diría que sería contraproducente. Mi muerte elevaría mucho el coste de este encargo. Hablando de eso... —Joao se relamió— aseguraos de decir “criatura desconocida” cuando hagais el nuevo encargo. No es un dragón. No lo intenteis pasar como tal solo por temor a que se dispare el precio. Otro matadragones podría haber muerto ahí arriba. Es mucho peor.

¿Peor que un dragón? ¿Como?

Joao no respondió la pregunta.

Voy a considerar mis opciones. Si os impacientais, sentíos libres de llamar a otro aventurero.

No había más que decir. Oyó que echaban pestes de él a sus espaldas, pero esa criatura había captado su atención y ya estaba ideando planes para una segunda confrontación. A pesar de lo que había dicho, dudaba mucho que alguien se le pudiera adelantar.

(ProyectoPMP) Capítulo 13, de como el pollo juega con arcos mientras el panda se desloma

  Bankiva inspiró. Saltó, llamó su arco en el aire. Expiró. Disparó dos flechas al mismo tiempo, en direcciones distintas. Alcanzaron la esp...